En los dos hechos destacados de la semana pasada, la visita presidencial a Washington y el juicio por cohecho, se demostró que el doble rasero es el instrumento preferido por la tropa altiva y soberana. Desde que se anunció el viaje presidencial (flores que cosechó la señora Baki de la siembra del embajador Carrión) no cesaron las críticas. En redes y medios repitieron incansablemente que con un posible tratado de libre comercio se entregaría la soberanía nacional. Su frágil y selectiva memoria les hizo olvidar que esa preciada soberanía quedó hipotecada a la China cuando se pignoró el petróleo, se contrajo deuda usurera y se pagó la fiesta de la corrupción con los contratos llave en mano. Dijeron también que era inadmisible que se reuniera con un racista, sin recordar la estrecha amistad que su líder tejió con unos angelitos demócratas como los ayatolas, con el amo y señor de Bielorrusia, con el pacífico Gadafi, con el zar de todas las Rusias y con esos adalides de los derechos humanos que son Ortega y Maduro. Tampoco recuerdan el voto en Naciones Unidas para salvar al humanista líder de Corea del Norte.

Que los países no tienen amigos, solo intereses, dijo un ministro victoriano, y repitieron la frase los líderes soviéticos, revistiéndola de dialéctica marxista, cuando debieron acudir al realismo y al pragmatismo para comenzar la construcción de su Estado. Desde Maquiavelo, pasando por Westfalia, las relaciones internacionales han dejado de lado simpatías y antipatías para concentrarse en los objetivos de cada país. Obviamente, eso es incomprensible para quienes, cuando gobernaron, dividieron al mundo en amigos y enemigos. Como si nunca hubiera terminado la Guerra Fría, siguieron como actores de la vieja película en blanco y negro. Emulando a Obelix y Asterix, desde una aldea minúscula negaban la existencia de ese Imperio romano llamado globalización. Los ecuatorianos, siempre altivos y soberanos, no necesitamos del mundo exterior, que acá se queden nuestras flores, nuestro camarón, nuestro banano para castigar a los imperialistas.

Para referirse al juicio por cohechos, sobornos y más actividades creativas acudieron nuevamente a la muletilla del lawfare. Afirmaron y reafirmaron que es persecución política, como en el Brasil de Lula o en la Argentina de Cristina. Si se dieran el trabajo de mirar más allá de la aldea y de las parcelas de los compinches ideológicos, comprobarían que la mayoría de políticos juzgados y condenados en el continente no ocupan un lugar en el altar de esa tendencia. Todos los expresidentes peruanos, los políticos colombianos (incluidos dos envenenados), un expresidente panameño, cinco políticos centroamericanos suman un número suficiente para quitarle piso a esa afirmación. Pero más réditos se obtienen mirando solo a un lado, como penosamente lo está haciendo incluso el juez Baltasar Garzón.

Finalmente, y a propósito del cohecho, bien harían los empresarios involucrados, como ya lo han hecho dos de ellos, en recordar a sor Juana Inés: “¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera el mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?”. (O)