Enero es campo fértil de gratos recuerdos y hondas reflexiones. Los recuerdos llegan en tropel. Las reflexiones se abren paso. Todos llevamos fardos a cuestas de variado peso y contenido. El Litoral –a más de los empeños y sobresaltos por el año que se inicia– cuenta en su calendario con un capítulo especial dedicado a recordar la graduación de bachilleres y la culminación de la vida colegial. Toda graduación es solemne, pero aquellas –esas de aquellos remotos años– tuvieron el privilegio de coexistir con una época de menos vendavales, de certezas incuestionadas, de horizontes limpios.

En este enero recibí fotografías de amigos del CCC que celebraron sus bodas de oro de graduación y de otros que caminan a igual destino, cinco décadas orientadas por su lema Ad superna intenti. Las aulas, los profesores, Don Bosco, el deporte, los concursos, María Auxiliadora, sus compañeros y todas esas grandes-minucias depositadas en su mochila personal, con la alegre irresponsabilidad juvenil, siguen aún a flor de piel.

El 31 de este mes el calendario litúrgico dice: san Juan Bosco. En 1888, año en que llegaban los primeros salesianos al Ecuador, moría su fundador, Don Bosco, en Turín. Quienes somos exalumnos salesianos –en mi caso, desde la primaria– llevamos una huella indeleble en nuestras vidas porque tuvimos el privilegio de ser formados por un sistema pedagógico muy sencillo y profundo que sin rehuir explicaciones se metió en nuestras vidas con esa profundidad que solo conocen la bondad y la razón.

El ‘sistema preventivo salesiano’, así llamado, es de fácil comprensión. Tres palabras engloban su filosofía: razón, fe y amor; nace como antítesis del sistema represivo. ¿La diferencia? Dar a conocer un listado de posibles infracciones, controlar su cumplimiento, al infractor aplicarle la sanción debida, este es el sistema represivo. ¿El sistema preventivo? Los educadores, como hermanos mayores, acompañan a los estudiantes para con su presencia evitar la comisión de faltas, para aconsejarles, para ser sus guías. El adulto-educador-formador debe ser una persona de vocación por el oficio educativo y no practicar esto como un mero oficio. El joven nunca debe estar solo, sino sentirse siempre acompañado. La  asistencia salesiana no es vigilancia o guardia de chicos, sino una presencia formativa y constructiva; las actividades lúdicas, recreativas, deportivas y artísticas son esenciales en la formación del joven (Wikipedia).

Razón, religión y amor son los pilares del sistema preventivo salesiano. El razonamiento sustituye a la imposición. La fe ubica a la persona en el universo. El amor implica entrega al apostolado de la educación.

Jaime Calero Saltos, sacerdote salesiano, acaba de fallecer a sus 94 años: hombre querido y respetado; salesiano las veinticuatro horas del día; apreciado por alumnos, exalumnos y feligreses; alegre, comprensivo, enérgico, consejero, amigo, entregado a su misión. Guayaquil lo conoció. Sus alumnos lo recuerdan. Testimoniar con la vida las propias convicciones es, además de sindéresis, pericia y valentía para domar al potro de veleidades intrascendentes.

La educación nacional haría muy bien en estudiar pedagogías que nacieron para privilegiar el crecimiento de la persona dentro de un ambiente de razón, fe y amor. (O)