La Navidad la celebramos dentro de cuatro días.

Qué bien representada es la Navidad en un niño enviado por Dios, quien seguramente se sentía solo y necesitaba a alguien que representara lo más puro, lo más sencillo, lo más humilde, lo más bondadoso... Y lo engendró en una mujer pura y lo mandó a nacer en un pesebre en medio del cielo y olivares.

Dios nos mandó ese niño y la Navidad para que recordemos al niño eterno que llevamos dentro, tan bello e importante que hizo exclamar a Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”; ese niño que jamás olvidamos aunque la piel se deteriore, ese niño que vive en el alma y que aflora en las horas de meditación y de gozo.

La Navidad es amor, es un hecho excepcional: una mujer acepta el pedido de Dios y su esposo también, porque un Niño es entregado a la humanidad, es Dios que vive eternamente dentro de nosotros, que nos ve corretear en nuestra adolescencia, pensar en nuestra adultez y meditar en nuestra senectud; un niño que no sabe de odios ni rencores. Es el niño alegre al cual no le falta la sonrisa en los labios o el llanto corto y espontáneo cuando le niegan sus necesidades. Ese niño, Dios, que todo lo mira con amor porque no hay rencillas en su alma. Es un niño que quiere poner la paz entre los hombres, entre el mundo y el desorden, dando la eterna esperanza.

Siempre hay que buscar lo mejor o la esencia de las cosas que están ahí, y olvidar los apegos a las cosas materiales.

Es el mes de diciembre, la época de la reflexión y de la oración. Es la época de sacar a flote a ese bello niño que llevamos dentro.

La Navidad es amor, es Dios, la fuerza que hace danzar el remolino en el agua y el agujero negro en las galaxias.(O)

Alexander Cajas Salvatierra,

doctor en Medicina; Milagro, Guayas