Está por concluir un año gris, de buenos deseos, publicitados propósitos, de convulsiones y escaramuzas, más de dudas que de certezas. Seguimos siendo los mismos ecuatorianos. No alcanzamos a decidirnos a ser pésimos, somos malos a medias; tampoco nos decidimos a ser óptimos porque lo somos también a medias… ni fríos ni calientes, tibios, de esos que causan repulsión al estómago. Los sociólogos encontrarán en sus tratados razones que lo explican. Lo bueno de todo esto, porque este proceder tiene también aristas buenas, es que nos hemos acostumbrado a esta manera de ser de suerte que ni nosotros mismos nos extrañamos de nuestro proceder; peor, endilgamos responsabilidades a otros o pedimos descaradamente explicaciones. ¿Qué nos pasó, cuándo fue o por qué? Amables lectores: acompáñenme en una suerte de buceo existencial, a lo mejor encontremos vestigios del porqué así somos o escombros de lo que un día quisimos ser.

-Los últimos cincuenta años: 1970-2020, son un retazo de historia cercano a la vida de buena parte de los ecuatorianos. Un lapso nefasto para el ejercicio democrático. Cinco décadas no solamente de marchar sobre el propio terreno sino de empantanarnos, de retroceder mientras el mundo sigue su frenética marcha. Una quieta e imperturbable inconsciencia es el caldo de cultivo o modorra que esconde fracasos, nubla derroteros y extravía pasos. Este panorama social nos impide apreciar una enorme y devastadora mediocridad. A caballo de dos siglos y milenios somos testigos de un mundo abierto a transformaciones impensadas. Vemos el surgimiento de naciones que robustecieron sus raíces y hoy lideran el mundo. La educación, hoy más que ayer, es condimento indispensable de toda transformación nacida para perdurar en el tiempo. ¿Hemos perdido el tren de la historia? Los genes que vivifican a nuestra América latina poseen componentes que ayudan a entender su comportamiento.

Habrá tiempo para un análisis minucioso que nos permita descubrir lados positivos del alma ecuatoriana, que sí los tenemos, que son aquellos que nos mantienen a flote y permiten disfrutar de un cierto optimismo casi enfermizo que nos entretiene con instancias apetecidas antes que con realidades conquistadas.

Para iniciar con pie derecho el 2020 cabe plantearnos algunos retos personales sin esperar que otros hagan el papel que nos corresponde. Nadie construye la paz, si se carece de elementos constitutivos de este producto. La paz es consecuencia de un trabajo constante del individuo y de la sociedad, no es un regalo o un don, es un resultado que presupone voluntad para conseguirla. Si ‘la unión hace la fuerza’ somos un pueblo débil porque andamos tremendamente desunidos, nos faltan elementos que nos aglutinen; el respeto a los demás y a las leyes pertinentes debe ser cultivado en los hogares y alimentado en el largo proceso educativo bajo la responsabilidad de la familia y el Estado.

No veo en el panorama político actual una persona o una agrupación política que sean capaces y estén decididas a liderar un cambio radical de comportamiento del ecuatoriano respecto a sí mismo, a sus conciudadanos, a su responsabilidad global. Pululan por ahora aves de rapiña y encantadores de serpientes. ¡Si los ojos se hicieron para ver, veamos!