Octubre no solo incidió sobre los planes económicos del gobierno, sino que redefinió también la totalidad de la política. Las líneas trazadas para el ajuste debieron ser abandonadas cuando debió escoger entre la continuación de su periodo o retroceder en la eliminación del subsidio a los combustibles. Este era el eje del programa, de manera que, al dejarlo de lado, se invalidaba el conjunto de medidas que lo complementaban. El cálculo inmediatista de las organizaciones indígenas las llevó, desde el primer momento, a negarse a participar en la formulación consensuada de las alternativas. El gobierno quedó más aislado y debilitado que antes y comenzó a lanzar unos palos de ciego que tomaron la forma de leyes de urgencia económica. El relativo apoyo a la última de estas no llega a ser la bocanada de oxígeno que necesita.

El escenario electoral, que se dibujaba difusamente, fue alborotado por las protestas. Si previamente eran débiles los indicios que permitían intuir quiénes se colocarían en la línea de partida, esos hechos situaron la carrera presidencial en un punto muy cercano al cero. Los nombres que aparecían con posibilidades se perdieron en un bosque de nuevas y viejas figuras que surgieron literalmente de entre las cenizas. Las encuestas comenzaron a ubicar en los primeros lugares de las preferencias a personas que hasta el día anterior solo eran conocidas por algunos de sus familiares. Los grupos de amigos que acostumbran presentar candidatos asumieron el golpe y comenzaron a adecuar las estrategias a la nueva coyuntura. El resultado inevitable es una fragmentación tan aguda que si las elecciones fueran en esta semana, los dos ganadores de la primera vuelta apenas sumarían algo más de un tercio de los votos. Está servida la mesa para aventureros, neófitos y outsiders.

El tema central no es que cambiaron las figuras o los membretes, sino que la competencia pasó a regirse por otros parámetros. La división central, hasta septiembre, era el correísmo anticorreísmo. Bastaba una brújula sencilla para orientarse en esa dicotomía. Las posibilidades de cada uno de los posibles competidores con el correísmo indicaban por dónde podría encaminarse la competencia. En el panorama posterior, en cambio, hay varias líneas divisorias. Todas actúan al mismo tiempo, pero no apuntan en una misma dirección. El etnicismo con su carga racista es una de estas. El abandono de la tensión entre más Estado o más mercado, que define a la izquierda y la derecha, es otra. Es un terreno fértil para el aparecimiento de un Bolsonaro con iglesia propia y una pistola en cada mano o para una primera dama que se sacrifique en nombre de la continuidad.

Pero no todo aparece tan sombrío cuando se considera que falta más de un año para la elección, lo que en términos ecuatorianos –donde el largo plazo dura dos días– es una eternidad. Es probable que el tiempo vaya borrando de la memoria colectiva los nombres de quienes surgieron al amparo de las protestas, pero seguramente también borrará los de quienes no supieron interpretar el momento. (O)