María Fernanda Espinosa, cada vez más, se me hace un personaje trágico en el sentido escénico y, quizá, también en el metafísico. Cuenta Enrique Vila-Matas que Roberto Bolaño, al enterarse de la muerte de su amigo entrañable, Mario Santiago Papasquiaro, inmortalizado como Ulises Lima en Los detectives salvajes, dijo: “Era un poeta poeta”. Es decir, la segunda palabra poeta se volvía un adjetivo para calificar definitivamente al sustantivo poeta. ¿Qué implica el adjetivo poeta? Es alguien que lo podía soportar todo, porque está ya libre de templos y jardines. Hay, en la poesía latinoamericana, entre las distintas familias y tendencias, los que son poetas poetas, y otros que sólo son poetas y a veces solo a duras penas.

He recordado el recuerdo de Vila-Matas al enterarme de que María Fernanda Espinosa busca la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA), y que si el Ecuador, país natal de sus glorias ¿y derrotas? no la postula, existe la posibilidad de que lo haga una de las más asquerosas y fratricidas dictaduras de la historia de América Latina: el sátrapa nicaragüense Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. No me sorprende.

Otro recuerdo: Al final de una entrevista con una de las grandes narradoras latinoamericanas, la escritora me contó que uno de sus contactos literarios más interesantes con el Ecuador había sido María Fernanda Espinosa, una poeta ciertamente prometedora. Luego me dijo que la había vuelto a ver en Nueva York y ya era otra, ya no era la poeta. Se impresionó cuando le conté que no sólo había sido canciller, ministra de Defensa, y embajadora de Correa, sino también del gobierno que lo traicionó, el de Moreno, y que el Estado se había gastado miles y miles de dólares en su candidatura a presidenta de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Luego de esa conversación supuse que María Fernanda, entre sus cocteles con los líderes mundiales y sus planes a futuro, estaba ya muy lejos de la poesía. El poder y la poesía nunca se han llevado bien.

¿Quién es María Fernanda Espinosa? ¿La estudiante de lingüística que quería escribir versos? ¿La mujer de izquierda que sufría ante la dolorosa historia de América Latina? ¿La jefa de la diplomacia del correato a la que el sátrapa criticó por haber liderado una cancillería de momias cocteleras? ¿La presidenciable? ¿La canciller del anticorreato que prefirió irse de campaña electoral a Nueva York y Nairobi durante la crisis diplomática con Colombia por el asesinato del equipo periodístico de El Comercio? ¿La autora del poemario Loba triste? ¿La humanista que defendió la tesis de la no intervención en la Venezuela donde el régimen de Maduro reprime y mata al pueblo?

Hoy, cuando la veo aspirando, como es su derecho, siempre a lo más alto me pregunto si alguna vez María Fernanda se imaginó que iba a dejar de ser poeta para ejercer los cargos más altos de la diplomacia. ¿Luego de esos cocteles y negociaciones, aún escribe? ¿Aún hay calma, silencio o lentitud en su espíritu de poeta? ¿Humildad? Y me sigo preguntando quién es ella: ¿La máster en estudios amazónicos? ¿La estratega que intentó engañar a los ingleses haciendo pasar a Julian Asange por agente diplomático del Ecuador? ¿La premio nacional de poesía de 1990? ¿La candidata que usó el avión presidencial para promocionarse en Surinam, Haití y República Dominicana cuando el Estado ecuatoriano tenía una política de austeridad ante la crisis? ¿La académica que nunca ha aclarado la acusación sobre incorporar en uno de sus currículos oficiales un PhD en la Rutgers University, pese a que no existe constancia de su título ni de su disertación? ¿La soledad del poder? ¿La aspirante a secretaria general de la OEA que confundió la CIDH con la Corte Interamericana?

Recuerdo una reunión a la que me invitó junto a otros periodistas en el Palacio de Najas. Algunos cuestionábamos los costos desmesurados de su candidatura a la ONU y ella intentaba convencernos de que su candidatura, para el país, debía ser como fue la llegada de la Liga de Quito a la final de la Copa Libertadores. En esa ocasión le increpé por su inasistencia (y por ende la del Estado) a la sesión de la CIDH sobre los derechos de las mujeres ecuatorianas. Luego de dar algunas vueltas me dijo que, por último y en palabras mucho más diplomáticas, lo que diga la CIDH no es obligatorio para el Ecuador. Le expliqué jurídicamente, y hay testigos, lo equivocada que estaba, punto por punto. Nunca he visto a una persona con un control tan sofisticado de la inteligencia emocional. Jamás se sintió aludida ni perdió la compostura. Encantadora, como es, me dijo que yo debería asesorar en la cancillería. Y sí, ella necesitaba mucha asesoría.

Me he sentido obligado a escribir esta columna, por un lado, para oponerme a su candidatura a una organización que debe proteger a las víctimas de las satrapías que María Fernanda condesciende, pero también porque me despierta un interés literario. El Estado ecuatoriano no puede, bajo ningún concepto, volver a auspiciar una candidatura suya a los organismos internacionales. Su carrera de acenso, tan anclada en formas masculinas, patriarcales y falocéntricas, como en su momento lo reflexionó Natalia Sierra, no puede seguir siendo nuestra política de Estado. Y si Nicaragua la postula, y si ella gana sobre Luis Almagro, que gane sabiendo que su elección, en ese caso, se levantaría sobre los cadáveres que la dictadura de Ortega ha venido acumulando. Que personaje tan trágico es María Fernanda Espinosa. No es correísta, no es morenista. María Fernanda sólo cree en María Fernanda. Pocas veces un personaje ha encarnado, para mí, la soledad del poder en una magnitud tan grande, la soledad del lenguaje. Ella, la diplomática, la mujer empoderada, la candidata, la figura de la política mundial, pero nunca más, la poeta poeta. (O)