Como bien señalaba un periodista argentino, desde hace algunos días todos somos expertos en política boliviana, al tenor de la discusión de que si lo ocurrido en el país del altiplano fue realmente un golpe de Estado, una interrupción del orden democrático o simplemente un desenlace constitucional como consecuencia de la farsa electoral propiciada por Evo Morales. En medio de la discusión de principios y conceptos, creo que resulta fundamental atender la básica pregunta que se formula la notable escritora mexicana Elena Poniatowska.
“¿Por qué los presidentes de la república quieren eternizarse en el poder? ¿Por qué insiste Evo Morales en creer que no hay nadie más que él?”. La reflexión de Poniatowska es básicamente la esencia del problema de una narrativa política que considera aceptable el ejercicio indefinido en el poder frente a lo que denominan trampa burguesa de la alternabilidad democrática. Aquí vale la pena citar los antecedentes del 21 de febrero de 2016: luego de tres victorias electorales consecutivas de Evo Morales, el pueblo boliviano dijo No en el referéndum en el cual se le consultó respecto de la posibilidad de modificar la Constitución con el fin de que Morales se postule para un cuarto mandato, siendo esa la primera derrota política del expresidente boliviano en más de diez años. Si bien inicialmente Morales aceptó los resultados del referéndum, en el 2017 se presentó ante el Tribunal Constitucional un recurso bajo el pretexto de que más allá de la decisión popular, todo ciudadano tiene derecho a participar en una contienda electoral y ser elegido de forma libre, recurso que fue finalmente aceptado por dicho tribunal, obviamente controlado de forma abierta por Morales.
En realidad, el objetivo de Evo Morales se encuentra incorporado en el libreto político del modelo bolivariano que fomenta el ejercicio del poder por tiempo indefinido, para lo cual se elevó la posibilidad de la reelección indefinida no como un derecho a la participación política, sino como un derecho humano que no podía ser de ninguna manera vulnerado, recordando lo que sostenía Rafael Correa en el sentido de que la eliminación de la reelección indefinida atentaba contra sus derechos humanos y los de los electores. Es posible discutir respecto de que si la reelección indefinida conduce o no de forma inevitable a la tiranía y al nepotismo, pero no cabe duda de que las experiencias históricas en América Latina establecen de forma clara los excesos e incongruencias de aquellos gobiernos enquistados en el poder. En otras palabras, el quebranto del orden democrático fue impulsado por el propio Evo Morales al esquivar la voluntad popular a través de un subterfugio legal que le permitió postularse para un cuarto mandato.
Abierta la discusión acerca de que si ha existido una interrupción del orden constitucional en Bolivia, tengo la impresión de que la estrategia política de la oposición boliviana no fue la correcta, pues ante la convocatoria de nuevas elecciones por parte de Evo Morales, se debió haber aceptado el desafío, naturalmente con un control electoral diferente, con la convicción: a) de que habría una segunda vuelta y b) de que Morales perdería en esa segunda vuelta. No se trata de ingenuidad política sino de la certeza de que es preferible tener a estos mesiánicos gobernantes sumidos en la soledad de la derrota antes que en la ansiedad del exilio. (O)









