La actitud de los representantes indígenas el 13 de octubre no permite esperanzas de un verdadero diálogo. Los días transcurridos prueban que los señores buscaron una audiencia nacional en cadena de televisión para presentar sus posiciones. El Gobierno tal vez sabía que estaba tratando con fulleros, pero no tenía más opciones. Debo reconocer que la jerarquía de la Iglesia y el acucioso representante de la ONU hicieron lo suyo, aunque este señor también buscaba algo imposible. Pedir que se quedaran hasta que esa misma noche se firmara un documento parecía un despropósito que obviamente no se cumplió. Los indígenas buscaban un show y lo encontraron. Ahora sabemos que buscan el poder y ante la imposibilidad de ganar elecciones, pueden estar pensando en un golpe de Estado. Se mostraron prepotentes, ignorantes de conceptos elementales de economía y política y trataron de imponer su cosmovisión.

El miércoles se cumplió un mes y no hay acuerdo. Nos enfrentamos a la amenaza de un nuevo paro. El país está en vilo y muchos tenemos ese mal inefable que se llama “dolor de patria”. Desconozco el plan de gobierno de la Conaie, pero no espero gran cosa. Esos dirigentes están anclados en el pasado, rumiando ideas superadas como la lucha de clases de Marx, propuesta de dos siglos atrás, y los sentimientos de la explotación esclavista que sufrieron sus antepasados por parte de los encomenderos en la Colonia. Es cierto que hay muchas injusticias que remediar, pero con medios distintos a los violentos, porque así se camina por sendas firmes.

Es necesario advertir que un próximo levantamiento indígena no será como el anterior porque la gente está indignada. No quiere soportar más ataques violentos ni guerrilla urbana. No quiere que los dirigentes indígenas le echen la culpa al Gobierno, a los militares o a los policías, y estamos alertas para no creer en el cuento de echar la culpa a otros por sus actos. Ser dirigente social significa tener un inmenso poder. Los señores dirigentes son responsables directos del caos y la destrucción que se originen por sus actos y convocatorias. La gente rechazará la destrucción de la propiedad pública o privada. Con la experiencia anterior, los dirigentes son inexcusables. Si alguien alza un arma contra la fuerza pública, debe atenerse a las consecuencias, porque los militares y los policías tienen también sus derechos humanos y la obligación esencial de proteger la vida, empezando por la suya propia.

El problema de la democracia es que quienes quieren destruirla se valen de las instituciones que el Estado de derecho ha creado para defender a los ciudadanos. Nadie tiene corona de rey para ser intocable y todos debemos cumplir la ley: más los dirigentes porque deben dar ejemplo.

Puede ser que el título de este artículo suene un poco altisonante. Escuché la expresión de Velasco Ibarra. Él decía que la patria le dolía y fue siempre un grande y honrado hombre público. Varios amigos me dicen que también lo sienten. Si esperamos superar la grave crisis, alcemos la cabeza y actuemos de buena fe. Seamos inteligentes o finjamos que lo somos. (O)