Tras un relativamente largo periodo de ausencia, la inestabilidad parece estar de vuelta en Latinoamérica.

Durante los primeros años del siglo XXI la calidad de vida de los latinoamericanos aumentó significativamente. Muchos factores contribuyeron en este proceso: políticos, económicos, entre otros. La economía latinoamericana, gracias al boom de los commodities que experimentó el mundo creció de manera considerable. En muchos casos, este boom económico estuvo acompañado de políticas sociales orientadas a distribuir o redistribuir el creciente flujo de ingresos. Aunque en ocasiones ignorada, la institucionalidad democrática construida durante las dos últimas décadas del siglo XX también desempeñó un rol importante para que las demandas y conflictos sociales fuesen canalizados oportunamente, aportando así las bases políticas para la estabilidad en la región. Gracias a ella, por ejemplo, durante los años 2000 y 2016 se realizaron en Latinoamérica 79 elecciones presidenciales, en su inmensa mayoría democráticas, que produjeron cambios de gobiernos sin alterar el orden democrático constitucional.

El resultado social más importante de este periodo fue una significativa disminución de la pobreza y desigualdad de la región (según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe-Cepal), no sin importantes diferencias entre países. La cultura política democrática se fortaleció, contribuyendo al mismo tiempo en la construcción del equilibrio. Así, en el año 2013 el apoyo al sistema político alcanza su tope histórico: ocho de cada diez latinoamericanos preferían la democracia a cualquier otro sistema político, mientras que en 2010 cinco de cada diez afirmaban estar “satisfecho” o “muy satisfecho” con la democracia de su país, según la corporación Latinobarómetro.

Sin embargo, las protestas de Ecuador, Chile y el cierre en Bolivia del “superciclo electoral” que comprende los 36 meses del año 2016 al 2019 en el que se realizaron 15 elecciones presidenciales (Daniel Zovatto, América Latina: cambios políticos en tiempos volátiles e inciertos, 2019), ponen fin a este periodo de estabilidad.

Adicionalmente, los indicadores económicos y sociales muestran claros deterioros en los últimos años, al tiempo que las proyecciones futuras no son alentadoras. Según la Cepal, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de la región para el 2019 será de 0,5 %, mientras que el primer pronóstico para el 2020 es de 0,1%.

En sentido opuesto, sin embargo y como es de esperar, las expectativas ciudadanas siguen creciendo, en ocasiones de la mano de un lenguaje populista extremo que promete lo imposible. Una primera consecuencia que comienza a saltar a la vista es una creciente polarización. Por ejemplo, en Chile y Ecuador, recientes campos de protestas, la brecha entre quienes apoyan y se oponen al Gobierno se consolida. Lo mismo sucede en Bolivia. Sin embargo, es en Brasil donde pareciese que se desarrollará una verdadera batalla campal, pues tras la liberación de Lula da Silva y su promesa de combatir al presidente Jair Bolsonaro, veremos un enfrentamiento entre dos líderes populares en posiciones radicalmente opuestas que pondrá a prueba a las instituciones políticas. La forma como logren procesarse estos conflictos en Ecuador, Chile, Brasil y Bolivia será decisiva para el futuro de la región. (O)