Cuando por una persecución política perversa, que fue finalmente confirmada y reconfirmada por la Corte Suprema de Justicia antes, y luego por la Nacional, las cuales en sendas ocasiones declararon como nulo el proceso instaurado en mi contra, tuve que vivir en el exilio, y escogí hacerlo en Costa Rica. No fue la única opción, pues los presidentes de Guatemala, Honduras, Panamá, Colombia, Chile, Uruguay y Paraguay muy generosamente me ofrecieron el asilo. Algunos de ellos han muerto. Siempre agradeceré a cada uno de ellos y a esos países el gesto de brindarme la opción de asilarme.
Y escogí Costa Rica por múltiples razones, entre ellas, su apego a la ley, su institucionalidad, su gran respeto a los derechos humanos, y la incuestionable vigencia de un régimen de derecho.
Llamada “la Suiza de América” Costa Rica durante décadas constituyó una sociedad que fue considerada modelo para toda la región. Una democracia sólida, una clara separación de poderes, un gran respeto a la libertad de opinión y a todos los derechos ciudadanos.
Su famosa “sala cuarta”, que dirime las controversias constitucionales, ha sido acusada de ser excesivamente inclinada a proteger los derechos.
A pesar de todo ello, ante el asombro del mundo civilizado, ante el asombro de quienes creemos en la democracia y en el vigencia de los derechos humanos, las NN. UU. escogieron a Venezuela, por sobre Costa Rica, para ser miembro del consejo permanente de Derechos Humanos de la institución.
El mundo le debe una disculpa a Costa Rica, ante un hecho tan insólito. Un país modelo en violación de los derechos humanos, una tiranía, un narco Estado, un régimen asesino y que infecta con el odio y la destrucción a todo un continente, que ha producido la más terrible tragedia humanitaria de la historia continental, es preferido para ser miembro del consejo permanente, por sobre una sociedad realmente modelo en la vigencia de los derechos humanos.
Este sin sentido quita total credibilidad no solo a esa comisión, sino a las NN. UU. en sí mismas, la cual ha ido evolucionando a través del tiempo y por medio de muchas de sus instituciones para dedicarse a fomentar agendas minoritarias, y transformarlas en verdades absolutas en sociedades donde la mayoría no está de acuerdo.
Es incuestionable que los derechos humanos tienen que protegerse, y con pasión. Pero es inaceptable, que sean una avenida de una sola vía. ¿Cuándo una comisión de los derechos humanos que visita a un país pregunta por los policías muertos? ¿Cuándo por los secuestrados, y por las familias víctimas de esto? Los derechos humanos los entienden muchísimas organizaciones, como la vigilancia de que quienes tienen la fuerza y las armas legalmente para proteger a toda una sociedad, no abusen de ellas. Pero no se entienden como la vigilancia de que criminales, terroristas, fanáticos ideologizados, maten, secuestren, destruyan.
Cuando ejercí la Vicepresidencia de la República, le tocaba ascender al grado de general a un extraordinario oficial de policía, Gustavo Gallegos Valarezo. Había temor de hacerlo, pues las organizaciones de derechos humanos calificaban a este gran oficial, clave en la lucha contra el terrorismo en el Ecuador en los años 1984 a 1988, como un violador de los derechos humanos. Recordé entonces, que mientras era Presidente de la Junta Monetaria pude ver, obtenida en una captura de dirigentes de Alfaro Vive Carajo, la lista de las 10 personas que éramos objetivo de secuestro para poner presión política al régimen. AVC tenía los planos exactos, y las maneras de cómo acceder a las oficinas del gerente del Banco Central, Carlos Julio Emanuel, y de mi oficina, la presidencia de la Junta Monetaria. Ambos estábamos en la lista. Si me hubiesen secuestrado, ¿habrían venido las organizaciones de derechos humanos a preocuparse de un plagio a mi persona, o de mi vida si hubiese sido asesinado?
Ciertamente no. Recordando esto no dudé en pedir el expediente del coronel Gallegos, y encargado de la presidencia de la República, firmé con certeza y responsabilidad su ascenso, como él lo merecía.
La hipocresía universal sobre este tema enerva. He mencionado este episodio de Costa Rica frente a Venezuela, no porque sentimentalmente tengo por obvias razones un especialísimo cariño a ese país, donde hoy viven tres de mis cinco hijos, y que me acogió por 20 años, sino porque es el capítulo más ridículo en esta farsa que vivimos en el tema de los derechos humanos.
Los terroristas, los subversivos, entienden sus derechos, no el derecho de los demás. No entienden sus deberes. Ellos olvidan que todo derecho tiene como contrapartida un deber. Cuando en una sociedad la gente entiende sus derechos pero no entiende sus deberes, se habrá inoculado el más poderoso veneno para su auto destrucción.
En el Ecuador hemos visto episodios recientes, donde estamos acercándonos a eso en forma suicida. Por ello, actuemos con la ley en la mano y exijamos la igualdad ante la ley, y rechacemos la impunidad, o estaremos bebiendo del veneno que consiste en que unos sólo entienden de derechos pero no de deberes. Si esto sigue, sucumbiremos al final. (O)