Parte de los ecuatorianos nunca aprendimos a discutir o lo olvidamos. Las consecuencias son obvias: si el intercambio de argumentos (discusión) fue creado para conocer mejor una determinada tesis, nunca se llegará a cumplir con su cometido si no se siguen las reglas escritas para dicha discusión. Existen reglamentos para entender cada uno de los deportes; si los desconozco, el de fútbol por ejemplo, ¿cómo puedo entender un partido? Si no estoy al tanto de las reglas que rigen al pensamiento, será imposible entenderse y llegar a síntesis valederas que ayuden a encontrar la verdad que se busca.

Este octubre –mes de ingrata recordación– ha sido una ocasión más, quizá mejor que otras, para ofrecer a personas con ciertos liderazgos, espacios para que hagan declaraciones inherentes a la crisis vivida: a ministros de Estado, dirigentes gremiales, jerarcas de agrupaciones indígenas, miembros de la Asamblea y de otras instituciones, a todos ellos y muchos más. Al analizar sus intervenciones pudimos aquilatar capacidad, conocimientos, formas de razonar, sentido común, sensibilidad, sinceridad o doblez y también su idoneidad para las funciones que desempeñan. La palabra les encumbró o sepultó, en algunos casos.

Se olvida con cierta frecuencia de que para discutir un tema determinado no es suficiente conocer aquello que afirmamos cuando tratamos de que otras personas que nos oyen o leen piensen y actúen como nosotros. Se necesita conocer, también a fondo, la tesis adversaria, conocer sus planteamientos. Argumentar basados en lo que se oye en la calle, en lo que la prensa publica, en los videos que nos llegan, etcétera, no es respetar a los adversarios, ni siquiera respetarse a sí mismos, tampoco respetar a quienes coinciden con su pensamiento.

‘Palabra y piedra suelta no tiene vuelta’, lo aprendimos desde pequeños; es un refrán o adagio que no tiene otra alcurnia que aquella de haber nacido en hogares donde se cuidó del uso debido y oportuno de la palabra. Si mis padres y abuelos cuidaron de mi caminar, en aras de que no me tropezara y tuviese fuerzas en mis piernas, de igual forma cuidaron de mi habla, que sea correcta y precisa, que exprese acertadamente lo que se piensa y que se piense también exactamente aquello que se busca exponer mediante la palabra.

Cuando oigo a dirigentes indígenas, en videos ampliamente difundidos: “He mandado a cerrar las llaves de todos los pozos petroleros… únanse al pueblo, señor comandante de las Fuerzas Armadas,… quítenle el apoyo a ese patojo de mierda… Tenemos que hacer nuestro propio ejército que defienda al pueblo, etcétera”, reflexiono sobre el ámbito de trascendencia de estas y otras palabras. Son arengas al pueblo. Son pedidos de insurrección a las Fuerzas Armadas. Son palabras –contra el presidente de la República– cobardes, inhumanas y mezquinas. ¿Esta es la dirigencia indígena que pretende saber cómo gobernar? ¡Respeto al movimiento indígena defensor aguerrido de un pueblo que jamás permitió que el vandalismo se acercara a sus márgenes de acción! Condeno la anarquía y el desenfreno, vengan de donde vinieren. (O)

Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tu palabra”, W. Shakespeare