Los niños decidieron que solo podía hablar aquel que tuviera la caracola. Para solucionar problemas menores iban a tener un líder, pero las decisiones importantes se iban a adoptar por mayoría de votos en una asamblea en la que todos podían estar presentes y dar sus opiniones. Los niños tenían que tener reglas, porque eran las reglas las que los separaban de los salvajes.

Al poco tiempo empezaron los rumores de la existencia de una bestia. Nadie estaba muy seguro de qué se trataba, pero todos suponían que era algo terrible de lo que había que estar muy asustados. El miedo se apoderó de todos. La bestia mataba. La bestia era invencible. La bestia estaba en todas partes.

Un niño, especialmente resentido porque había querido ser el líder pero no fue elegido por sus compañeros, desarrolló la habilidad de cazar jabalís y le ofreció a quien quisiese unirse a su grupo que tendría comida y protección contra la bestia. Muchos niños se le unieron. Los miembros del grupo tenían lanzas e iban vestidos con taparrabos. Por las mañanas cazaban jabalís y por las noches seguían un ritual que consistía en bailar y cantar: “Mata al cerdo. Corta su garganta. Derrama su sangre”. Para complacer a la bestia y evitar sus ataques, empalaron la cabeza de un jabalí como ofrenda.

La tribu de cazadores empezó a atacar al resto de niños. Los cazadores decidieron, por ejemplo, que necesitaban los lentes de uno de los niños que no era cazador y fueron a quitárselo a la fuerza. El niño de los lentes cogió la caracola y trató de ir a razonar con los cazadores. Se dirigió a ellos para explicarles que su comportamiento era inaceptable. Pero ellos no estaban dispuestos a razonar. Gritaban y no dejaban hablar al niño de la caracola. Un cazador dejó caer una pesada piedra que mató al niño en medio de su discurso y la caracola estalló en mil pedazos. Los cazadores se alistaban a matar al líder escogido por los otros niños, mientras incendiaban la isla en la que habitaban.

Tal vez es posible explicar los últimos eventos del Ecuador como el resultado del miedo y el resentimiento. Tenemos miedo al progreso y al futuro. Estamos resentidos por una historia de colonialismo y de explotación que nos han contado desde siempre. El miedo y el resentimiento justifican que salgamos a incendiar y a destruir si nos amenazan con quitarnos gasolina gratis para el tractorcito. El miedo y el resentimiento nos definen y nos transforman en salvajes.

Aunque William Golding no lo hubiese concedido tan fácilmente, el hombre occidental se para erguido frente a su destino, no piensa en su historia sino en su futuro, y confía en sus habilidades personales para alcanzar la grandeza. En el Ecuador nos encorvamos y miramos la cabeza del jabalí empalado que nos dice: “No hay nadie para ayudarte. Solo yo. Y yo soy la bestia. ¡Qué fantasía pensar que la bestia es algo que puedes cazar y matar! Lo sabías, ¿no? Soy parte de ti ¡Cerca, cerca, cerca!”.

(O)