Explicaciones no faltan. Las protestas y la violencia utilizada han sido vistas desde todos los ángulos sin que falte una buena dosis de imaginación. Entre esas han predominado tres. Una apunta a causas estructurales cuando sostiene que fue la expresión de una sociedad excluyente en lo económico-social y en lo étnico-cultural. Otra, de sesgo economicista, encuentra que el factor fundamental fue el intento gubernamental de ir desmontando el modelo rentista y paternalista que tiene una de sus principales expresiones en los subsidios universales. La última, más inmediatista, atribuye los hechos a una conspiración de actores nacionales y extranjeros, que habrían buscado derrocar al Gobierno e instalar un régimen de corte autoritario.

Como ocurre frecuentemente, ninguna explica todo, pero cada una revela algo. Es innegable que el fondo del problema se encuentra en la larguísima historia de una sociedad clasista, jerárquica y racista, en la que no puede haber un contrato social de convivencia porque no hay un sentimiento compartido de comunidad. Caldo de cultivo o polvorín listo a estallar, son figuras gastadas pero útiles para reflejarla. Basta una chispa para que explote, como ocurrió con la medida –necesaria e inevitable, pero mal manejada– de la eliminación del subsidio. Retroceder en esa medida sirvió para desactivar el explosivo, pero queda intocado el problema estructural. Diseñar y aplicar las políticas para ir construyendo una sociedad incluyente debería ser la tarea central de la política nacional, pero eso es una quimera.

El desmontaje del modelo rentista, que propone la segunda explicación, choca frontalmente con la visión y la práctica cortoplacista de políticos y dirigentes de los movimientos sociales. La evidencia inmediata es la derogación del decreto 883, presentado como la gran conquista de la violenta manifestación. Sentados con el Gobierno y frente a todo el país, los dirigentes indígenas se olvidaron de los temas de pobreza, exclusión e incluso de la defensa del medio ambiente (¿con qué cara van a oponerse a la minería después de lucha a muerte por la utilización de combustibles fósiles?). Una concesión, que ni siquiera llega a sus bolsillos y que más bien beneficia a grupos poderosos, fue más importante que las reivindicaciones que son su razón de ser. Lo mismo se aplica a cada uno de los actores que pasa por la escena de la política.

Finalmente, quienes ven a la conspiración como la madre de todo el caos, deberían afinar la mira para abarcar todo el contexto. Si esos grupos subversivos tuvieron cabida, es porque hay las condiciones adecuadas para su desarrollo. Claro que ahí hay tarea para la justicia, que debe cumplir su papel de guardiana del Estado de derecho, pero es un error creer que con ello se solucionará el problema. Es necesario ir al fondo, a los cimientos de esa sociedad que niega oportunidades a la gran mayoría de sus integrantes. Esos cimientos no se arreglan con dádivas, llámense bonos o subsidios, ni, por el otro lado, con ejércitos propios, menos aún con líderes iluminados. No hay receta. Es un pan que debe ser amasado por todos. (O)