Si algo diferencia, en un sentido filosófico, al Occidente precario de nuestros días de la cosmovisión de los pueblos indígenas de los Andes, es su percepción del tiempo. En el mundo andino el pasado está adelante, porque es lo único que con certeza vemos y conocemos, es lo que alumbra nuestros pasos hacia el futuro. El tiempo no es una línea recta por la que caminamos, sin pausa, hacia el progreso. En los Andes el tiempo, como la agricultura, cumple ciclos, tiene vuelcos, planos distintos, dualidades. Me ha resultado imperioso volver a esas nociones, en momentos en que prima un uso del lenguaje, incluso desde bocas que dicen ser académicas, sin conciencia del pasado, sin historia, sin memoria.
Es inevitable notar heridas en el tejido social del Ecuador, tras el violento paro nacional, al que gran parte del progresismo ecuatoriano se plegó en un ejercicio impulsivo de euforia colectiva. Que no se me malentienda: pocos acontecimientos son en la historia de América Latina más legítimos que la protesta social. Quizá por eso vale la pena recordar que los procesos más emancipadores y democratizadores de la segunda mitad del siglo XX fueron los levantamientos indígenas. Al Estado plurinacional y multicultural hay que entenderlo como una conquista contra el colonialismo, no sólo en beneficio de los pueblos indígenas, sino de todos los habitantes del Ecuador. La lucha indígena ha buscado liberarnos a todos, ha permitido una democracia que al final del día nos convoca a todos.
Es urgente volver la vista a esa democracia, tan precaria, y preguntarnos si fuimos lo suficientemente responsables durante el paro nacional. Me refiero a todos: el movimiento indígena, la clase trabajadora, los activistas y seudoactivistas de derechos humanos, los oportunistas, los progresistas, los defensores de Quito, el Estado y sus fuerzas del orden, los intelectuales de izquierda y derecha, los partidos, la academia, etc. No es posible un ‘borra y va de nuevo’. Olvidar los últimos acontecimientos, esa parte de la historia reciente, nos impedirá entender al Ecuador de hoy, en sus inmensas complejidades.
De la derecha más recalcitrante no es lógico esperar nada. Lo realmente escandaloso es notar que el progresismo, y no en una medida menor, se ha vuelto incapaz de una mirada reflexiva sobre el país, la memoria, sus propias acciones. Nada es más subalternizador del sujeto indígena que romantizarlo y pretender justificar sus actos violentos con una versión maniquea de la historia del despojo. Por primera vez la Conaie no dirigió un levantamiento emancipador y democratizador, sino que por medio de la violencia impusieron su criterio, arrodillando a un sistema democrático del que ellos fueron su máxima expresión plural. El progresismo, con buena parte del movimiento ecologista y feminista, apoyó o guardó silencio frente a un líder indígena que pidió a las Fuerzas Armadas romper el orden constitucional, llamó “patojo de mierda” a una persona con discapacidad, y promovió discursos de odio, por ejemplo, contra obreros de la comunicación que sólo por hacer su trabajo fueron brutalmente agredidos.
El histórico y digno movimiento indígena, que la Conaie encabeza, está dirigido por una persona que no ha dudado en pronunciar discursos violentos y de odio. He rechazado que Fiscalía le abra una investigación por el tipo penal de sublevación, pese a que los ya esperables enredos de sus palabras son cada vez más peligrosos. Pienso que encarna un liderazgo nefasto, incapaz de representar a los pueblos indígenas, su cosmovisión de armonía entre todos seres humanos, su percepción holística de la naturaleza, su cultura de paz. Constan en el sistema de consultas de la Función Judicial los detalles de sus juicios de alimentos. Ojalá que los sectores del feminismo que lo elogiaron y llamaron tan digno durante el paro, le pidan cuentas. Y no tardíamente y para justificarlo. Tan distintas fueron las históricas lideresas de la emancipación indígena, que como Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña resistieron desde una sabiduría profunda, valiente, llena de pasado. Dolores, desde la memoria, se supo paja del páramo y de paja del páramo quiso sembrar el mundo.
No considero, bajo ningún concepto, que el paro en el Ecuador sea asimilable a la lucha social que tantos sectores de la sociedad chilena encabezan contra un sistema político y económico que ahonda las desigualdades, con tal evidencia que el mismo Piñera se ha visto obligado a reconocerlo. Allá no hay líderes políticos ni organizaciones que busquen la eliminación de un decreto para deponer el ejercicio de la violencia. Lo de Chile, pienso, es otra cosa: el rompimiento general de la impavidez. Pero sí reconozco que en América Latina, y quizá en Occidente, es el sistema democrático el que atraviesa una crisis honda, tal vez estructural.
No sé a donde nos llevará esta crisis, que en Ecuador implicó la pérdida de diez vidas en el contexto de un paro extremadamente violento, para mantener unos subsidios que son insostenibles y que al largo plazo afianzan un modelo económico extractivista y la destrucción del medioambiente por el abuso de combustibles fósiles. Pienso que toda crisis nos invita a detenernos, vernos, ser autocríticos, procurar reinventarnos. El gobierno de Moreno lo hizo todo mal, desde su improvisación y falta de estrategia, pero su fracaso no puede, nunca más, dar rienda suelta a los irresponsables que pretenden sacrificar la precaria democracia que tenemos para imponer la voluntad del más fuerte, el más violento, o el que borracho de arrogancia se cree moralmente superior a todos los demás, sólo por sus ideas políticas. Los grandes relatos, por más altruistas, también han sido culpables de horrores, persecuciones, masacres, gulags, hambrunas. La democracia ecuatoriana nunca ha sido tarea fácil: costó guerras civiles, cruces sobre el agua, la masacre de Aztra, confinamientos, presos políticos, la rebelión de los pueblos indígenas y la clase trabajadora, el asesinato de Abdón Calderón Muñoz, el trunco sueño de Roldós, derrocamientos de presidentes, las vidas y las muertes de estudiantes, dirigentes, periodistas, en fin, miles y miles de cuerpos a lo largo de una historia que existe más allá de esta euforia de hoy, tan carente de memoria. (O)