La presencia o ausencia de manifestaciones en las calles no es evidencia del éxito o fracaso de determinado modelo. Que en Cuba normalmente no haya protestas en las calles no significa que los habitantes de la isla estén contentos con la dictadura o que su modelo económico sea un éxito. De igual forma, no podemos aceptar como evidencia del supuesto fracaso del modelo chileno que haya manifestaciones violentas en las calles del país más próspero de América Latina.

Pero entrando en materia, lo que ha sucedido en Ecuador y Chile revela que estamos tan asustados en algunos países de Latinoamérica del fantasma de las dictaduras militares de los setenta y ochenta que muchos exigen que las fuerzas del orden no ejerzan su autoridad para desempeñar la principal razón de ser del Estado: proteger la vida y la propiedad de las personas. Mientras tanto, se deslegitima el Estado democrático no para asegurar un mayor grado de libertad para los individuos, sino para que surjan nuevos órdenes autoritarios donde las fuerzas del orden eventualmente son utilizadas para lo contrario.

En nombre de la tolerancia, no podemos permitir que determinados individuos violenten los derechos de otros. En Ecuador predomina la idea del “buen salvaje” y por eso, algunos creen que debemos dejar en la impunidad los graves delitos cometidos por dirigentes del movimiento indígena o no hablar de los extranjeros que participaron en estos actos delictivos. Pero defender a las víctimas del saqueo, secuestro y terrorismo no es racismo ni xenofobia, es simplemente hacer respetar los derechos fundamentales de esas víctimas.

En Chile, en cambio, Axel Kaiser, de la Fundación para el Progreso, dice que los estudiantes han llegado a ser idolatrados “como si fueran portadores de una inocencia y virtuosismo que los hace puros y sabios”. Carlos Peña, rector de la Universidad de Diego Portales, sostiene que la generación que tiene hoy entre 30 y 40 años “tiene la convicción que basta sentir algo como injusto para que entonces sea injusto sin ninguna deliberación racional de ninguna índole”. Todo esto frente a los datos de un progreso en casi cualquier indicador de desarrollo económico que uno pueda seleccionar.

La ceguera selectiva de los grupos dizque defensores de los derechos humanos quedó en evidencia. Esto recuerda lo que decía Carlos Rangel en El tercermundismo (1982): “En el choque eterno entre el bien y el mal, el marxista, con solo serlo, está del lado de los ángeles”. ¿Las demandas de los manifestantes justifican que se violenten los derechos fundamentales de otros? No es una cuestión de números, de si son mayoría o minoría los que se manifiestan, sino de principios. Si el gobierno permite que unos puedan mediante la fuerza imponer su agenda política, estamos a las puertas de una dictadura de los más fuertes.

Muchos en Latinoamérica están dejando que se conformen las nuevas dictaduras del siglo XXI por el miedo a que el Estado use la fuerza para restaurar el orden. La cooperación social en las civilizaciones modernas ha sido posible gracias a que un Estado con poderes limitados haya llegado a ejercer el monopolio de la fuerza dentro del marco de la ley para hacer respetar los derechos fundamentales de los individuos.

(O)