Tres hombres fueron, según la historia de nuestra ciudad, los maquinadores intelectuales de nuestra independencia, allá en 1820: José de Villamil, José de Antepara y José Joaquín de Olmedo. Los tres, hombres de cultura; estudiaron en Europa, volvieron a su madre patria a iluminar a la población con ideales ilustrados: “Liberté, egalité, fraternité... ou la mort”. (Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte).
Esa era la idea. Los tres primeros elementos eran indisociables. ¿Qué se ganaba? Pues, en realidad, la vida misma. La libertad humana era la esencia de la vida misma. Cabe recordar el porqué, pues el momento histórico en el cual fueron concebidas dichas ideas era uno posterior a una represión intelectual absoluta, en donde no se aceptaba más verdad que la dicha por el monarca o la Iglesia.
No por nada, decía Rousseau (uno de los intelectuales cabecillas del movimiento de la Ilustración), que el ser humano nacía libre, pero vivía en todos lados encadenado. Libertad de culto, de expresión, de comercio... todos los tipos de libertades eran perseguidas, todo lo necesario para que sea posible el desarrollo del ser humano, no solo en cuerpo, sino también en alma.
Esas mismas fueron las ideas que trajeron los patriotas guayaquileños al volver a su ciudad, en aras de luchar contra la tiranía del imperio español. Creo que esto todos los sabemos (o lo espero de corazón), así que ahora solo cabe preguntarnos: ¿estamos a la altura actualmente de lo que consiguieron nuestros antepasados?
En cuanto a la libertad, realmente, no la tenemos asegurada –la gran mayoría, si se me es permitido generalizar–, ya sea por la inseguridad en nuestras calles o por la ausencia de las condiciones materiales necesarias para poder gozar de esta libertad. En cuanto a la igualdad, el clasicismo, regionalismo y xenofobia no son buenos índices de un Guayaquil muy igualitario, por lo menos en mi opinión. Y así también con la fraternidad, que solo se deja ver para defender a Guayaquil de comentarios ofensivos hacia la ciudad (pero de la boca de foráneos, porque los mismos en primera fila para defender a Guayaquil son los que la atacan en primer lugar).
¿O muerte? Sería una burla tan solo sugerirlo. Solo observen cómo nos mantuvimos con la cabeza abajo durante diez años, reaccionando únicamente cuando ya era muy tarde y el peligro estaba lejos.
Si no respetamos los ideales por los cuales existimos, por lo menos respetemos los ideales de nuestro propio pueblo, ¿no? “Dios, Patria y Libertad” es el lema de nuestro país, aunque realmente en la actualidad ha quedado en desuso. Veamos: ¿Dónde queda Dios si no respetamos al prójimo más allá de cuando nos conviene? ¿Dónde queda la patria, si no es más que en la xenofobia o cuando hay un partido de la selección (y esto, si gana)? ¿Dónde está nuestra libertad, rodeados de corruptos y energúmenos que no nos dejan expresarnos? O, sin más, si no tenemos la capacidad de ser verdaderamente libres.
¿Comenzaremos a actuar hoy o lo dejamos para mañana, como siempre lo hacemos?
Alejandro Ojeda Garcés,
estudiante de Ciencias Políticas, Guayaquil