Durante los últimos años me he dedicado a analizar desde distintas perspectivas la crisis venezolana. Quien haya seguido algunos de mis escritos habrá identificado algunos temas recurrentes que han concentrado mi mayor preocupación. Se tratan de cuestiones medulares cuya comprensión (y resolución) son, en mi opinión, indispensable para poder avanzar en la reconstrucción de la democracia venezolana.

El primer punto que he reiterado en varias oportunidades es en la necesidad de comprender la crisis venezolana desde una visión integral o sistémica, en la que los sectores político, económico, social, cultural, ambiental, entre otros, se reproducen en un círculo vicioso. Diagnóstico que conlleva a la necesidad de pensar que la solución a la crisis debe contemplar una visión igualmente sistémica.

Lamentablemente la profundidad de la crisis humanitaria ha colocado (no sin buenas razones) la crisis económica en el epicentro del debate sobre la transición y las etapas posteriores de la reconstrucción del país, relegando a un segundo o tercer lugar las crisis política y social, bajo una visión determinista según la cual la legitimidad política de un gobierno de transición dependerá de la capacidad de implementación de decisiones económicas en la que los actores internacionales, muy especialmente multilaterales, adquieren un rol estelar, frente a los actores (políticos y sociales) nacionales. Es indudable la importancia que tiene la profunda crisis económica y sus devastadoras consecuencias sociales y humanitarias, no obstante, es ingenuo pensar que puede haber una solución económica sin una solución política a la crisis. Y es imposible una solución política sin la participación de todas las fuerzas políticas del país, incluso las responsables del desastre.

En esta misma línea he argumentado en reiteradas ocasiones que la transición no es un proceso aislado, sino una fase o eslabón de un proceso más amplio. Ello implica que la transición se encuentra interconectada con una fase previa y una posterior en mutua interdependencia, por lo que el desenlace (de la transición) tiene consecuencias sobre las etapas posteriores. En el lenguaje politológico las tres fases clásicas de este proceso se conocen con el nombre de liberalización (preparación), transición y consolidación democrática.

Los esfuerzos para la transición deben tener presentes el impacto que las distintas decisiones políticas puedan tener en el desarrollo político, social y económico del país. Dicho de otro modo, el impacto de una transición negociada no es el mismo que el de una transición tras una incursión militar extranjera o tras una guerra civil.

Un tercer tema que también he abordado con relativa frecuencia es la necesidad de comprender la variable más importante de la crisis venezolana. El chavismo sigue siendo en muchos sentidos, una incógnita difícil de descifrar. En la mayoría de las ocasiones ha sido despachada de manera apresurada por políticos, analistas y opinadores con etiquetas de gran impacto comunicacional, pero de poca utilidad para comprender a cabalidad su verdadera distribución de poder e ideológica interna. ¿Qué y cómo se mantiene unido el chavismo?, ¿por qué no se debilita frente a las presiones?, ¿cuáles son las motivaciones del chavismo? son preguntas ineludibles que no pueden responderse ligeramente.

Comprender al chavismo es también imprescindible para seleccionar el paradigma teórico más idóneo para orientar la acción política de quienes lo adversan. En este sentido, el paradigma imperante en el análisis del conflicto político venezolano parte de unos supuestos de racionalidad que no se corresponden con la forma como el chavismo toma sus decisiones. Para decirlo en términos weberianos, supone una estructura de acciones con arreglos afines. Sin embargo, es común en el análisis político venezolano encontrar conceptos como ideología, populismo, dogmatismo, realismo mágico, entre muchos otros, que corresponden a una constelación de acciones afectivas, con arreglo a valores o incluso tradicionales, opuestas por definición al análisis racional (con arreglos afines) que denotan incongruencias metodológicas insalvables.

Todos estos representan problemas insoslayables que han sido y serán abordados (ya por acción, ya por omisión) por los decisores antes, durante y después del retorno de la democracia. No obstante, es indudable que tener conciencia de ellos representa una gran ventaja. (O)