Avanzar a cualquier precio es para muchos una exigencia casi moral y en ciertos casos una muestra del ejercicio de las mejores cualidades individuales y grupales. La consideración positiva de esta conducta está conectada con características de la personalidad como la decisión, energía para sortear obstáculos o disciplina para transitar procesos y cumplirlos cabalmente pese a los impedimentos consustanciales a toda acción y propósito. No rendirse y avanzar son actitudes inculcadas culturalmente y representan el tesón humano para la construcción tanto de lo positivo como de lo que no lo es.

Detenerse, en ocasiones también es una opción, que puede responder al ejercicio de virtudes como la templanza, prudencia o justicia. Sin embargo, hacerlo, para muchos es sinónimo de claudicación y debilidad. Una especie de abandono de lo mejor que tiene el ser humano que sería el abrir caminos y buscar nuevos horizontes. La humanidad ha llegado a los niveles actuales por la audacia y en muchas ocasiones por la irreverencia aventurera que no repara en peligros cuando se trata de alcanzar y descubrir. El arrojo humano para avanzar, imponerse, colonizar, inventar o crear es poderoso. Somos indomables y no podemos detenernos pese a que, en muchos frentes, no transitemos caminos de sostenibilidad y proyección. Porque al mismo tiempo que creamos, inventamos y logramos dominar el dolor y hasta crear vida y controlar la muerte, destruimos, aniquilamos, devastamos lo que tocamos. Somos letales con la vida y el entorno. El planeta sucumbe, se quema, inunda y extingue. Intoxicado. Pese a la cada vez más sofisticada, portentosa y al mismo tiempo banal tecnología, que ayuda en tantos ámbitos, pero lleva latente la destrucción de lo natural.

Retroceder, desde la lógica de la conquista y del poder, es una posibilidad, pero solamente para tomar fuerza y continuar formando parte y atizando el fuego del vértigo humano civilizatorio. Tradicionalmente el futuro se miró como el espacio para la realización y los logros. Hoy es diferente, pues existe miedo colectivo por el porvenir del hombre y de la naturaleza. Las diferentes manifestaciones del deterioro global nos llevan al pesimismo y también a la reflexión que plantea como necesidad vital detenerse y retroceder. Porque más importante que avanzar, es ser y mantenerse.

Desde estas reflexiones sería posible y legítimo revisar formas culturales que se consideran como conquistas. Nunca todo está dicho y muchos asertos culturales considerados como intocables deben ser revisados a la luz de la protección de la vida. Nos equivocamos tanto y como creemos y queremos estar en lo cierto, blindamos esos errores con categorías jurídicas y culturales que no permiten volver sobre ellos para rectificarlos. El progresismo y liberalismo son conceptos debatibles y no irrefutables, porque siempre es posible que lo alcanzado no sea lo mejor.

La esencia espiritual, filosófica y moral de lo humano reflexiona y avanza, se detiene y retrocede. No lo hace, ni lo puede hacer la racionalidad de la ciencia que nunca vuelve atrás, sino que se proyecta siempre hacia nuevos horizontes que son productos de las relaciones mecánicas de algoritmos y ecuaciones matemáticas. Si emulamos ese proceder, no somos viables como especie, porque renegamos del elemento moral que nos hace sostenibles. (O)