Me niego a creer: El secretario Anticorrupción del Gobierno anuncia recompensas para quien dé información del paradero de prófugos Rafael Correa, Ricardo Patiño, Vinicio Alvarado y otros, ¡como en las películas del Lejano Oeste! Solo que este anuncio de buena voluntad constituye una intromisión de la Función Ejecutiva en la Judicial, y convierte a los más buscados en perseguidos políticos; esto lo valorarán la Interpol y cualquier Corte de Derechos Humanos. El entusiasmo es mal consejero en asuntos judiciales, especialmente en los internacionales que tienen relación con procesos de extradición. Si quieren conocer el paradero de Correa, basta con que la Cancillería se la pida al Gobierno de Bélgica, quien debe tener registrado el cambio de domicilio. Respecto de los demás, parecería que aquí nuestras autoridades hicieron la vista gorda para que puedan escapar.

Esta historia en tiempo real que nos ofrecen buscadores y buscados; estos últimos para impedir se los traiga al territorio nacional a rendir cuentas ante los tribunales ecuatorianos, me recuerda, nuevamente, un hecho de nuestra historia, cuando se quiso juzgar a Velasco Ibarra, quien vivía entre Uruguay y Argentina, luego de su tercera administración, y a quien se lo quería hacer responsable de la lamentable muerte del estudiante Isidro Guerrero, del colegio Juan Montalvo, porque el presidente estuvo presente en el lugar de los hechos, tratando de controlar una manifestación estudiantil, donde se expuso, imprudentemente, a ser herido por la granizada de pedradas con la que lo recibieron los estudiantes; la fuerza pública se vio obligada a disparar y cayó muerto el estudiante. Cuando Velasco Ibarra, conoció del propósito de enjuiciarlo, anunció que regresaba al Ecuador, de inmediato, a defender su honor; pidió ser recibido por el Congreso (donde ya quedaba solamente un número ínfimo de velasquistas); cuando en su vuelo de retorno, el avión hizo escala en Lima, ya conoció que el Congreso había dispuesto el archivo de la causa. De todas maneras, el expresidente volvió al Ecuador donde permaneció por algún tiempo. ¡Había salvado su honor, y ese fue el comienzo de su apoteósico triunfo en la elección de 1960!

¿Quieren realmente detener y extraditar a Correa o, solamente, quieren mantenernos distraídos de los problemas fundamentales? A Correa, ciertamente, el miedo a ser detenido, como su vicepresidente, lo hace pensar dos veces, aunque los actuales jueces de las Cortes fueron por él nombrados, cuando “metió la mano en la justicia”. Al Consejo de Participación Ciudadana Transitorio, del doctor Trujillo, le falló el Consejo de la Judicatura Transitorio, y las Cortes no fueron reorganizadas; ya hemos visto las consecuencias: revocan las órdenes de prisión preventivas, lo que abre el camino a la fuga.

Los ecuatorianos vivimos perplejos, porque los mismos que ahora persiguen a Correa fueron, antes, sus furibundos partidarios. Y, mientras tanto, al igual que Macri en Argentina, el Gobierno no soluciona los problemas económicos; la deuda que dejó Correa no solamente que no ha disminuido, sino que ha aumentado; el producto interno bruto, decrece; es notorio el aumento del desempleo. Y, mientras tanto, la inseguridad tiene aterrada a la población. El futuro no tiene claridad, luce tenebrosamente obscuro.(O)