Que llegó a su fin el giro a la izquierda en América Latina era una afirmación que nadie discutía en los últimos años. La evidencia eran los gobiernos de derecha y de centroderecha establecidos en Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y Paraguay, así como el desastre de Venezuela y la deriva sin brújula de Nicaragua. Del amplio aunque heterogéneo grupo que pintó de rosa el mapa continental solamente quedaban Bolivia y Uruguay. Pero el triunfo de López Obrador en México, los resultados de las elecciones primarias argentinas y las encuestas favorables a Evo Morales en Bolivia demuestran que el tema ya no puede ser tratado como olas que van en una u otra dirección. Más bien, parece que el panorama que se va dibujando hacia el futuro se caracterizará por la heterogeneidad.
Determinar las causas que llevan a esta nueva situación es un desafío enorme para quienes tratan de entenderla. Como en todos los hechos sociales y políticos, la explicación nunca está en un único factor sino en la conjunción de múltiples hechos. Pero, en aras de la simplificación, se puede sostener que en el fondo del cambio actual pesa mucho la economía, como pesó para desencadenar el giro a la izquierda. El auge económico constituyó el piso para la permanencia de los gobiernos de izquierda, ya que posibilitó las medidas redistributivas. Pero, dado que esas medidas dependían casi exclusivamente de la demanda internacional de materias primas y no de políticas propias, llegaron a su fin cuando declinó esa demanda. Así lo confirman las excepciones de Uruguay –que no basa su economía en el rentismo– y de Bolivia, cuyas materias primas son de las pocas que no perdieron su nicho en el mercado internacional.
También fue determinante la corrupción. Esta se presentó en gobiernos de todos los signos políticos, pero perjudicó más a los de izquierda. La magnitud alcanzada en algunos de estos (con el venezolano a la cabeza) llevó a que se asociara erróneamente ideología con prácticas corruptas. A eso se sumó la contradicción con la prédica ética que desplegaron en su inicio. La mayoría de ellos nació con el discurso de la honradez, de manera que cualquier acto de corrupción era juzgado no solamente con parámetros éticos generales, sino con la vara de su propia declaración de principios. Además, en gran parte de esos países la justicia y los organismos de control fueron sometidos por la fuerza política gobernante, lo que creó las condiciones para la impunidad.
Pero cabe insistir en que la crisis de la izquierda no significa un giro a la derecha. En el panorama que se está configurando no se advierten señales favorables para una de las dos tendencias. Las izquierdas podrán ganar elecciones gracias al recuerdo de los años de bonanza y a la amnesia colectiva acerca de la corrupción, pero tendrán muchos problemas en el momento de gobernar con escasos recursos. Las derechas no tendrán mejores opciones si continúan con las viejas recetas económicas de alto costo social. Es un giro hacia la heterogeneidad que puede ser saludable. (O)