Entre los hallazgos que se encuentran en los cuadernos y en los mensajes de arroz verde hay dos cuerdas de las que se debe tirar para destapar la trama montada por los salvadores de la patria. La primera es una que, para la magnitud de los montos que movían las manos limpias, apenas significa unos centavos. Son los seis mil dólares que le depositaron al jefe de todos los jefes en una cuenta personal. Lo que llama la atención no es el monto, sino las justificaciones que dieron él y su abogado. Dicen que fue un préstamo recibido de un “fondo de solidaridad” de la Presidencia y que lo pidió porque “tenía un recurrente sobregiro”. Lo primero pone en evidencia el sistema de privilegios que a ellos les permitía constituir fondos mientras para el resto de los servidores públicos y para quienes recibían recursos del presupuesto estatal estaba prohibido. El ataque al gremio de profesores que terminó con su disolución tuvo como pretexto precisamente el fondo que ellos habían formado con una proporción de sus sueldos. “A mis amigos, todo; a mis enemigos, la ley” dijo algún político latinoamericano. Por otro lado, lo de estar permanentemente sobregirado convierte en demagogia pura la reducción del sueldo presidencial. “Virtudes públicas, vicios privados”, dice el dicho.

La segunda cuerda que se debe seguir es la que explica los nombramientos de los integrantes del sistema judicial y sobre todo su funcionamiento. Los mensajes ubican con precisión el puesto de mando del control remoto con el que se movía las fichas en ese campo. Los concursos amañados favorecían a personas que jamás habrían llegado de otra manera a los cargos judiciales más altos y, sobre todo, que tenían conciencia de ello. Era necesario que esas personas asumieran su mediocridad y que palparan la inseguridad de su situación para que actuaran como se esperaba que lo hicieran. Sabiendo perfectamente a quién le debían el favor, los Chucky Seven y compañía necesitaban solamente de órdenes puntuales para dar el siguiente paso, porque el camino estaba marcado de antemano y ellos estaban programados para seguirlo dócilmente. La triangulación entre la Presidencia, la Contraloría y los jueces no dejaba resquicios por los que pudiera filtrarse algún error. Solamente fallaba cuando la materia prima era de tan baja calidad que no lograba abandonar los últimos lugares de un concurso. Pero, aún en esos casos, quedaba la posibilidad de utilizar a esas personas para trabajos de más baja monta, pero siempre útiles para la revolución.

Los escépticos que quieren ver solamente actos de corrupción aislados, y no un sistema cuidadosamente implantado, tienen en los cuadernos y los mensajes de la puntillosa secretaria la prueba de lo que no querían aceptar. Allí pueden leer y releer la bitácora de navegación del capitán y su tropa. Es a la vez un manual de funcionamiento –desordenado, por cierto, porque se fue haciendo en el desarrollo de los hechos– que no deja dudas del orden vertical que debía mantenerse. Todo emanaba del líder. Todo confluía en él. (O)