“Hasta cuándo, padre Almeida”. Esta frase corresponde al título de una de las leyendas más conocidas del Quito antiguo, que narra las escapadas nocturnas del cura Almeida para disfrutar de los placeres mundanos.
Esta leyenda cuenta que cuando entraba la noche el cura Almeida, vestido a la moda de la época, se deslizaba sigilosamente por los pasillos del convento de San Francisco para que no lo vieran los demás sacerdotes, llegaba a la nave principal de la iglesia donde está el altar mayor y lo escalaba para alcanzar una de las ventanas por donde podía salir a las cúpulas, y bajando estas llegaba a la calle que lo llevaba al tan ansiado libertinaje nocturno. Esta leyenda dice que en la escalada del altar mayor el cura tenía que apoyarse en la cruz principal donde yace el Cristo crucificado, y cada vez que pisaba la cruz escuchaba una voz que le decía: “Hasta cuándo, padre Almeida”, a lo que él contestaba: “Hasta la vuelta, Señor”, antes de salir por la ventana. Según la leyenda, este episodio se repitió cada noche hasta una madrugada en la que el cura regresaba borracho y en el trayecto se encontró con un cortejo fúnebre al que se acercó, preguntó a uno de los dolientes quién había muerto y este, que era un diablo al igual que todos los demás, le contestó: “El padre Almeida”. El resto de la leyenda se enfoca en la lección que recibió el cura y en el arrepentimiento que le acompañó hasta sus últimos días.
Curiosamente, las denuncias en contra de los más cercanos colaboradores del gobierno anterior me llevan a pensar en la enorme similitud entre esos delincuentes y el padre Almeida de esta leyenda, que deslizándose por los obscuros pasillos de las leyes que ellos mismos crearon, llegaron a los altares de las empresas públicas solo para vaciar sus arcas y sacar por la ventana todo el dinero que pudieron para llevarlos a paraísos fiscales.
La embriaguez por el poder que alcanzaron fue tanta que no les importó pisotear a todos los que obstaculizaron su camino y para acallar sus voces salieron de cacería con todo el armamento de los medios de comunicación públicos y con inmensa manada de perros judiciales. Pero la Justicia Divina les pasó la factura y ahora están saliendo de a poco a la luz pública todos los robos que cometieron ciertos delincuentes de corbata. Espero que la justicia terrenal sea eficaz y oportuna para que todos estos ladrones reciban lo que merecen y no tengamos que escuchar al jefe de la mafia decir: “hasta la vuelta, señores”.(O)
José Ernesto Sempértegui Gallegos,
ingeniero civil, avenida Samborondón