Recurrentemente, quienes analizan la realidad contemporánea global sostienen que es una época en la cual la previsibilidad de los acontecimientos es compleja y que, en el mejor de los casos, podría proyectarse a los próximos cinco o diez años. Algunos, inclusive, piensan que esos periodos son demasiado amplios porque la incertidumbre es una de las constantes de la realidad actual. No podemos saber cómo será el mundo en el futuro y si es que esbozamos alguna previsión, en la mayoría de los casos, sería negativa por los graves daños causados por comportamientos egoístas que florecen en un escenario de acelerada destrucción del planeta. Hemos perdido, como humanidad, el control sobre nuestro presente y futuro en la Tierra.

Esta impotencia para orientar las prácticas de la civilización hacia otras diferentes que nos permitan avizorar un futuro mejor, se debe a muchos factores. Quizá, el más importante es el nivel de desarrollo de la ciencia y la tecnología que es cada vez más sofisticado, autónomo, unidimensional y que genera realidades culturales condicionadas por esa dinámica. En ese proceso indetenible, la voluntad ética global tampoco puede hacer mucho porque los dados ya están echados y pese a que se intente detenerlos, es muy difícil hacerlo porque nuestra forma de vida está definida, precisamente, por la utilización de los indómitos avances científicos. A esta situación puede aplicarse el aserto del Manifiesto Comunista de 1848, cuando Marx y Engels, sus autores, escriben sobre lo que incide en la voluntad dominante “… voluntad cuyo contenido está determinado por sus condiciones materiales de existencia…”. Precisamente, los medios y modos de producción contemporáneos están marcados por la ciencia y la tecnología que no requieren de reflexión ética y determinan la voluntad de la sociedad global.

Frente a esta versión del estado actual de la civilización, ¿allanarse a la lógica científica es la única posibilidad? ¿Debemos educarnos exclusivamente para la incertidumbre porque es ahí en donde estamos y debemos adaptarnos a esa realidad controlada por inteligencia artificial y aplicaciones científicas? O, por el contrario, ¿es sensata una posición que busque certezas y seguridades?

En realidad, debemos prepararnos para estar en los dos frentes. En la irreductible incertidumbre consustancial al vertiginoso, constante e imprevisible cambio producto de los avances científicos y tecnológicos; y, en el escenario espiritual y anímico que nos permita rescatar o construir certezas para preservarlas. Por un lado, comprender e interiorizar la dinámica precariedad de la lógica científica para que podamos estar en ella, conservando en la medida de lo posible nuestra esencia natural tradicional; y, por otro, incorporar la comprensión de la importancia del respeto de los referentes éticos y del cumplimiento de las conductas exigidas.

Para concluir expreso que si bien la humanidad ha perdido el control de su presente y futuro, podemos formar parte de la Resistencia a ese proceso que superó ya el paradigma humanista clásico, concentrándonos en nuestra consciencia crítica y en nuestro actuar individual para buscar certezas desde el planteamiento de utopías nuevas que son al mismo tiempo antiguas, basadas en la vigencia de comportamientos virtuosos orientados a la preservación de la dignidad de la vida en todas sus manifestaciones. (O)