Un pintoresco escenario se ha construido alrededor de la figura, los dichos y las actuaciones del sacerdote José Tuárez, designado como presidente del CPCCS. Este cuadro es una condensación de algunas de las taras más comunes compartidas por ciertos políticos ecuatorianos y sus electores. Veamos:
Infatuación. Significa “creerse algo y alguien”. Creer que el desempeño de un cargo confiere alguna “esencia” al sujeto. O sea, creer que se “es” presidente cuando en realidad solamente se desempeña esa función. La infatuación va inexorablemente ligada a la arrogancia, y un ejemplo reciente de nuestra vida política es el de aquel sujeto que creía encarnar “la majestad del poder” en su sola persona. El infatuado exige un reconocimiento de su esencia supuesta que excede al normal respeto que se le debe como a cualquier ciudadano y al que se le debe por la representación que asume.
Falsificación. Es el uso de documentos y recursos falsos para construir una figura que engaña a los electores. En nuestra sociedad de papel, donde se otorga un valor desmesurado a los diplomas y certificados en lugar de la palabra y las ideas del sujeto, la composición y exhibición de cartones espurios es un recurso frecuente en nuestra vida social, política e incluso “académica”. El recurso de la falsificación se aprovecha de la idolatría que subsiste entre nosotros como un residuo de nuestra colonización, para utilizar el mercadeo de la sotana como supuesta garantía de verdad y probidad.
Oportunismo. Si nuestros futbolistas tuvieran el “olfato de gol” que les sobra a nuestros políticos, ya hubiéramos sido campeones mundiales hace años. En el Ecuador, donde las instituciones son inconsistentes, los partidos políticos carecen de estructura y los líderes son menesterosos de propuestas, reina la oportuna aparición del llamado outsider. El advenedizo que se aprovecha del vacío para aparecer providencialmente ante un electorado que espera al mesías. No importa el discurso, las propuestas y su viabilidad. Lo que interesa es la creación, el montaje y la venta de una imagen seductora.
Irresponsabilidad. No es culpa del chancho, sino de quien lo engorda. Al verificarse la impostura, nadie se responsabiliza por su realización. Al comprobarse el bochorno del personaje infatuado, nadie se hace cargo de su elección y de su sostenimiento en el cargo. Todos se echan la pelotita entre sí. No nos cuestionamos el hecho de que la fabricación de los “curas Tuárez” es el producto de nuestra política famélica, de nuestra democracia de pantomima, de nuestro inconsistente e idolátrico cristianismo, de nuestra irresponsabilidad por nuestro destino, y de nuestro desinterés idiosincrático por aquello que incidirá sobre nuestra vida y la de nuestros hijos: nuestra vida política.
Inculpación. Es un corolario de nuestra irresponsabilidad. Todos necesitamos un “cura Tuárez” de vez en cuando en nuestra vida pública. Es decir, todos necesitamos un escándalo y un chivo expiatorio periódicamente. El gobierno de turno lo necesita para distraer la atención de sus problemas e incompetencia en algunos asuntos. Los políticos lo necesitan para revalorizarse y aparecer como inmaculados y jueces de un colega que no ha tenido la sutileza que ellos tienen para “hacer bien las cosas”. Los ciudadanos lo necesitamos para distraernos de los graves problemas que nos agobian y de nuestro futuro incierto.
(O)