En días pasados un fotógrafo de Diario EL UNIVERSO fue detenido por trabajar, es decir por tomar fotografías de un operativo policial, hecho de evidente interés público. Según la noticia publicada la detención fue corta y seguida de un pedido de disculpas. En todo caso habrá quedado la pérdida de tiempo y un descomunal mal rato. Se dijo que fue un “malentendido”. Concedido, pero no se puede negar que vivimos una “cultura” de rechazo a los fotógrafos, sean estos periodistas, publicistas, artistas o meros aficionados y turistas que tienen una cámara medio vistosa. Si una persona es vista con este peligroso adminículo registrador de imágenes, saltan las alarmas, vienen interrogaciones, guardias te rodean, surgen amenazas... raro será el fotógrafo en este país que no haya pasado por una circunstancia así o peor.

Si se pregunta por qué no se puede tomar fotografías en tal lugar o situación viene la sabia respuesta, “porque es prohibido”. ¿Prohibido por qué ley, reglamento, disposición o capricho? Nada, “es prohibido”, la sabiduría no va más allá. Una explicación más elaborada dice “por razones de seguridad”. Inútil tratar de explicarles que si alguien piensa robar o poner una bomba, no se va a chantar con una cámara con un conspicuo zoom. Hay aparatos de fácil acceso que permiten sacar fotografías sin ser notado y todo el mundo tiene su celular. En un parque público (¿sabrán qué significa esta palabrita?) de cierta capital se pretende tomar una fotografía, no tardan los guardias en rodear al equipo y les piden solicitar autorización en una oficina. No queda más que obedecer la orden, pero el funcionario indicado no puede atender “porque salió a fumar”. Vuelve, de mal modo, accede al pedido, advirtiendo que “la próxima vez” se pida autorización en no sé qué dependencia “del centro”, siempre y cuando ¡no sea con fines comerciales! En otro parque de esa misma capital, un equipo está usando sus cámaras en un trabajo para un organismo internacional. Similares advertencias destempladas y remisión a un superior. A regañadientes autoriza seguir, siempre que no usen un dron requerido para la realización, “porque no es lo mismo”, inútil pedirle que respalde legalmente su peregrina opinión.

Hemos vivido casos de esta laya en algunos parques nacionales y en edificios públicos. ¿Será que creen que estos bienes comunitarios se gastan si se les toma una fotografía? Si una ley tonta prohíbe una actividad a todas luces legítima habrá que cambiarla, pero el tema no es la letra de la ley. Hay tendencias atávicas atrás de estos comportamientos, como que cada pequeño funcionario necesita de algunas prohibiciones para hacer saber que es “autoridad”. En el caso de la persecución a los “fines comerciales”, está la ecuatoriana envidia a que alguien lucre de manera legal. Y específicamente, bajo el pánico a los fotógrafos, subyace ese temor de que las cámaras roban el alma, tal como creen algunas comunidades primitivas enfrentadas a este artilugio moderno. Nuestra cultura, sobre todo la cultura oficial, está traspasada de las supersticiones chamanísticas del mal de ojo. (O)