Opinión internacional

Una de las tareas humanas más complejas y consistentes es indudablemente la construcción de los cimientos que consolidan un régimen político como la democracia. La denominan en su conjunto institucionalidad y su logro es la culminación de un proceso largo y comprometido de una sociedad de entregar a lo colectivo lo que anteriormente solo vivía en el ámbito egoísta de lo individual. Los griegos llamaban a estos “illotas” (idiotas) porque no existía para ellos nada que pueda relacionarse como beneficio en el otro. Los romanos lo sustituyeron por el concepto de “civitas” (ciudadano) en el ánimo de demostrar que un conjunto de normas y pactos entre protagonistas del quehacer social podía traer el desarrollo armónico de una sociedad hacia objetivos comunes. Esto no ha sido para nada un crecimiento lineal en su expresión y menos en su acción. Se logró subsanando errores y asumiéndolos. Se tuvo que comprobar el daño que producía vivir en circunstancias anárquicas o en sociedades dominadas por la anomia para darse cuenta de la necesidad de levantar pilares que sostuvieran la marcha colectiva de un conglomerado humano hacia un mejor destino. La tarea nunca es completa en este camino, requiere permanentes rectificaciones y recordatorios.

Por lo general la tendencia es a menoscabar la idea de la norma frente al poder. El que lo detenta, por inmadurez, desconocimiento o falta de compromiso democrático, por lo general entiende que su condición de mandatario lo coloca a él y su camarilla por encima de la Constitución y de las leyes. Ahí empiezan los problemas y su resolución se hace a costa de posponer el desarrollo acrecentando a su paso el tamaño de los problemas que deberían ser resueltos. La falta de un sentido de servicio lleva al jefe de gobierno o presidente a creerse imprescindible y que no debe existir nada que puede impedir su labor a favor de los “intereses colectivos”. Él está poseído por el concepto de la hybris y es generalmente el momento en que se rompen los pactos y acuerdos y se imponen las candidaturas, como las de Evo Morales en Bolivia, que indudablemente tendrá un efecto negativo sobre la institucionalidad democrática de su país y claramente acabará con las conquistas alcanzadas por su gobierno.

Lo intangible en democracia, como el respeto a la palabra empeñada en campaña y el juramento de respetar la Constitución, no debe convertirse en simple muletilla en la que quien realiza la propuesta parte del presupuesto de que lo que afirma es una mentira y que quienes lo escuchan deben saber de antemano que están frente a uno que no tiene palabra y menos sentido de la institucionalidad. Se pueden ver las obras de muchos de estos gobernantes incluso elogiar sus logros materiales, pero nada de ello resulta más importante ni trascendente que asumir su sumisión a la norma que regla su conducta como mandatario.

Los pilares sólidos de la democracia generan riqueza, prosperidad, previsibilidad y desarrollo, si no que lo diga Chile muy cerca de sacarse el sambenito de subdesarrollado luego de sobrepasar los 25.000 dólares de ingreso per capita anual. Su lugar no ha sido fácil alcanzarlo. Pasaron por una feroz dictadura, como la de Pinochet, y aprendieron los partidos políticos que antagónicos en propuestas podían unirse y gobernar mientras asentaban los pilares de una institucionalidad democrática que hoy rinde sus beneficios a la sociedad toda. Hay que alcanzar la madurez de sabernos parte de un sistema de oportunidades donde es absolutamente imprescindible construir, consolidar y proteger los cimientos de la democracia. (O)