Un texto con tal título podría referirse a los resultados de las últimas elecciones del CPCCS, en las que los votos nulos y blancos superaron ampliamente a aquellos que apoyaban a algunos de los candidatos a tan cuestionado organismo. Esos resultados determinaron que el nuevo Consejo nazca con muy escasa representatividad y con una mácula imborrable de ilegitimidad. Pero al decir “triunfo de la nulidad” también podemos referirnos a la conformación misma del Consejo, compuesto por personajes promedio, digamos, cuyo nivel se delata en haber nombrado como presidente a un clérigo que, más allá de las graves acusaciones que se le han hecho, a diario hace ver que no está a la altura de sus elevadas funciones.

El sistema de “méritos” implantado por la deforme Constitución de Montecristi, para seleccionar a los miembros de organismos como el CPCCS, ha demostrado ser mucho menos de fiar que las elecciones directas a través de candidatos propuestos por partidos. Ha sido muy fácil de manipular en beneficio del Poder Ejecutivo, por una parte, y ha tendido a privilegiar a medianías capaces de conseguir el papelito, el “certificado”, en lugar de demostrar dotes. La peregrina institución del “certificadismo” parte de una tendencia que tendió a desacreditar los sistemas representativos y los mecanismos electorales propios del sistema republicano. El estribillo “que se vayan todos” junto con las consignas contra “la partidocracia” descalificaron a las instituciones y mecanismos que se utilizan en todas las repúblicas que son tales. Los sistemas de elecciones y partidos son ciertamente imperfectos y limitados, pero han demostrado ser mejores que todos los inventos con los que han pretendido reemplazarlos. Las dictaduras son muy aficionadas a implantar tales sustitutos, cuyo único fin es sustraer a la voluntad popular el derecho a nombrar sus autoridades. La pregunta que subyace en todo esto es “¿creemos en la capacidad de un pueblo a elegir los mandatarios que más le convienen?”. Contéstela con honestidad, amigo lector...

El propósito principal de una campaña electoral es que los candidatos demuestren poseer determinadas dotes, vocación política, liderazgo, elocuencia para transmitir su mensaje, don de organización, destrezas gerenciales y, sobre todo, la capacidad de entender a su electorado. Son virtudes que no se estudian en ninguna parte y que no se garantizan con ningún “certificado” o título. Serán muy útiles a la hora de gobernar... aunque no garantizan un buen gobierno, pero ¿hay alguna manera de garantizarlo? Cierto que poderes políticos o económicos pueden sesgar los sistemas electorales, mas no son invencibles. Hay que devolver, por tanto, a las instancias en las que la mayoría ejerce sus derechos, concretamente al congreso nacional, la capacidad de nombrar y vigilar a las autoridades de control y fiscalización. Esto requiere no de una reforma, sino de una nueva constitución, a dictarse por una asamblea constituyente que abrogará, en todas sus partes y para siempre la constitución de los trescientos años. Esto es lo que debió hacerse en lugar de la consultita para la reformita del año pasado, que resultó ser otro “triunfo de la nulidad”.

(O)