La semana pasada tuve la oportunidad de viajar a Lima para participar en el II Encuentro Iberoamericano para la Concertación Política y Social, de la Fundación Humanismo y Democracia (H+D). Durante 41 años H+D ha promovido, desde España, acciones para la defensa de los derechos humanos y los valores democráticos por medio de proyectos de cooperación internacional, que han transformado exponencialmente múltiples territorios de América Latina en situaciones de necesidad o riesgo. En 2017 se vinculó formalmente al Partido Popular, por lo que además de los diversos programas sociales y de desarrollo que encabezaban, se volcaron hacia la formación política.

Nada de esto habría sido posible sin la intervención de un senador español, cuyo nombre es Dionisio García, que con su corazón zamorano aprendió a amar, comprender y hacer suyas las culturas de nuestra región. Durante los 26 años que ostentó el honorable cargo de senador, dedicó 15 años a la portavocía de la Comisión de Asuntos Iberoamericanos. Hoy, como patrono de la Fundación, continúa el arduo trabajo de reforzar los cimientos de las democracias en nuestros países.

Por esta razón, el encuentro al que asistí reunió a representantes políticos, de la sociedad civil y academia para discutir sobre la relación entre desigualdades, partidos políticos e instituciones públicas.

Durante los cuatro días de ponencias y reflexión, resultó sencillo llegar a la conclusión de que los países de la región atraviesan desafíos y problemáticas similares o muchas veces iguales. Entre las intervenciones se escuchaban repetidas veces las palabras corrupción, desigualdad, pobreza, insuficiencia en la gestión pública, exclusión social, entre otras. Otra singularidad que pude detectar fue que dentro de nuestras realidades latinoamericanas somos expertos en diagnosticar problemas, pero completamente ineficientes al momento de proponer las soluciones.

Y es así como llegué a plantear la siguiente pregunta: ¿cómo acabar con las desigualdades estructurales de las que tanto se habla? Por una parte, resulta fundamental que se comprenda la importancia del Estado de derecho, que en otras palabras no es más que el imperio de la ley. Garantizar el principio de legalidad es el primer paso hacia la seguridad jurídica y por tanto la estabilidad. Por otra parte, las desigualdades se combaten con igualdad de oportunidades para favorecer la iniciativa individual, la creatividad y la posibilidad de que quien se esfuerce pueda progresar.

El siguiente gran tema que tratamos fue la corrupción. La lucha anticorrupción necesita un organismo judicial fuerte e independiente, que pueda someter ante la justicia a los corruptos. Además se deben potencializar los sistemas de educación, de salud e inclusive de seguridad. También aportaría respaldar a los emprendimientos y pymes por medio de la creación de reglas de juego claras y eficientes.

Finalmente debemos cuestionarnos qué queremos conseguir cuando se discute sobre las desigualdades. ¿Queremos simplemente que las brechas de desigualdad se reduzcan, sin importar que quizá aumente el número de pobres? ¿O queremos que los pobres dejen de ser pobres para que puedan desarrollarse en un mundo próspero? Como lo manifestó Sarkozy a Hollande en el debate presidencial de 2012 en Francia: “Yo quiero menos pobres y usted quiere menos ricos”. (O)