Andrei C. Briones H. *

En el año 2013, el gobierno de aquel entonces le dio fin a la iniciativa Yasuní, que consistía en mantener la reserva de la biosfera alejada de la explotación petrolera que se realiza en varias zonas de la selva amazónica ecuatoriana, al mismo tiempo que se evitaba interferir en los territorios de los grupos aborígenes no contactados de la región Amazónica. Aquella iniciativa procuraba el mejor de los fines para la humanidad: evitar la explotación petrolera y, por consiguiente, emisiones de carbono y pérdida ecológica a cambio de la compensación económica mundial. Al fracasar la iniciativa, se dio paso a la explotación petrolera. El mes pasado, el actual presidente de Ecuador amplió la zona intangible de 758.051 a 818.501,42 hectáreas. No obstante, la industria petrolera no ha cesado sus actividades en la zona.

El mundo atraviesa una severa crisis climática-ecológica que está afectando a todas las formas de vida existentes, incluyendo al ser humano, sobre todo a los más desposeídos en términos ecológicos y monetarios, esto en el marco de la ecología política, expuesto por autores como J. Martínez-Alier, Richard Peet y Michael Watts. Dicha crisis ha sido originada por el modelo socioeconómico dominante, el cual consiste en (sobre) explotar y extraer todos aquellos recursos naturales que puedan ser mercantilizados y generen beneficios económicos. En otras palabras, todo consiste en el usufructo de la naturaleza a costa de su masiva destrucción y crear una “riqueza” ficticia.

El Yasuní es vida. No hay mejor sinónimo. Y cada respiro perdido es prácticamente irrecuperable. No existe tecnología alguna que permita restituir la Pachamama. En pleno siglo XXI, explotar petróleo del Yasuní solo agrava la crisis ecológica-climática mundial de la cual países como Ecuador no están exentos. Cada hectárea deforestada tiene un gran peso. A todo esto se suma lo que se veía venir y que académicamente se ha confirmado: por una parte, el petróleo de mayor calidad y de fácil extracción ya se ha agotado y, por otra parte, el petróleo ha alcanzado su pico máximo de producción. Con estas evidencias, haber dado paso a la explotación petrolera está claramente fuera de la cordura. La alternativa al petróleo Yasuní no es el dinero, sino su preservación para el futuro de la humanidad. ¿Quién dijo que íbamos a vivir por siempre del petróleo?

El mundo necesita al Yasuní. Y en Ecuador seguimos dando grandes pasos en la dirección incorrecta y opuesta. El problema es que una vez tomadas las decisiones políticas, todo es irreversible en razón de las leyes físicas, como la conservación de la masa y la transformación de la energía. No podemos recuperar ya lo destruido en la Amazonía por CEPE-Texaco (hoy Chevron). No se puede volver a la vida después de haber muerto. Estamos acabando con una facilidad la vida, aquella que lleva miles de millones de años en la Tierra. Como bien cita Kate Raworth en su libro: “No hay riqueza, sino vida” (John Ruskin, 1860). (O)

* Investigador transdisciplinario de energía.