En marzo, Juan Guaidó estuvo de gira latinoamericana; la última parada fue Salinas, donde se entrevistó con el presidente Moreno. De ahí, a Caracas, para organizar la última ofensiva que derrumbe a Maduro.
Como dijimos en estas líneas en aquella ocasión (marzo 10), la estrategia de Guaidó, proclamado presidente por la Asamblea Nacional, era desgranar las piezas clave del madurismo. Durante marzo y abril, quizá desde antes, Guaidó mantuvo conversaciones con altos dirigentes del régimen. En abril 30, cuando sintió que había llegado a un acuerdo en firme con ellos, lanzó la Operación Libertad. En medio de un levantamiento popular, liberó a Leopoldo López, quien había sido el líder más aguerrido de la oposición, arrestado y recluido en una cárcel, y posteriormente trasladado a prisión domiciliaria.
La liberación de López fue señal de que un miembro clave del madurismo, el jefe de inteligencia militar, Christopher Figuera, había plegado a Operación Libertad.
A continuación, Guaidó y López se dirigieron con seguidores, incluyendo integrantes de las Fuerzas Armadas, a la base militar de La Carlota, esperando un levantamiento.
Mientras tanto, en Washington, el secretario de Estado, Mike Pompeo, declaraba que “es posible una acción militar. Si se lo requiere, eso será lo que hará EE.UU”. El asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, aseguraba que los rusos le habían convencido a Maduro a no fugarse y que las tropas estadounidenses del Comando Sur estaban en pie listas para entrar en acción.
Pero nada pasó. Ni levantamiento militar contra Maduro, ni intervención de tropas estadounidenses. Leopoldo López se refugió en la embajada chilena y posteriormente en la residencia del embajador español: López tiene doble nacionalidad. Un frustrado Bolton reveló que el ministro de Defensa, Padrino; el presidente de la Corte Suprema, Moreno; y el comandante de la Guardia Presidencial, Hernández, se habían comprometido a apoyar a Guaidó. Los tres salieron a proclamar su lealtad a Maduro.
En 1900, el presidente estadounidense que más intervino en asuntos latinoamericanos explicó su táctica: “Hablar suavemente, pero llevando un garrote”. El presidente Trump, en cambio, fanfarronea pero sin un arma en la mano. La amenaza de intervención militar no era creíble, y no debió hacerse. Ni las FF.AA. estadounidenses van a meterse en otro conflicto armado, ni la opinión pública latinoamericana aceptaría una intervención militar. El TIAR, acuerdo tipo OTAN, permite la intervención militar pero solo en caso de que un país de la región fuera atacado por un ejército extranjero.
Además, Guaidó y Washington calcularon mal el compromiso de funcionarios clave de plegar a Operación Libertad. Era esencial que dichos personajes tuvieran plena seguridad de que podrían irse impunemente al exilio, preferiblemente España, con sus fortunas mal habidas. Aparentemente no fue así.
El fracaso de Operación Libertad y de la participación estadounidense jugó a favor de Maduro. Los regímenes caen de carcoma, no por la acción de fuerzas externas. Los hombres clave de Maduro sostienen el régimen a pesar de su ineptitud, ilegitimidad e impopularidad, ante la incertidumbre de lo que les depararía su caída. Ahora saben que si conversan, Washington los puede delatar.
El madurismo caerá, pero se le ha otorgado una prórroga.(O)









