Siguen cayendo las estrellas. Todo fluye y refluye, todo tiene sus períodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende, todo se mueve como un péndulo. ¡No lo digo yo!, lo dice Trismegisto, un alquimista místico que probablemente vivió en Egipto en la época de los faraones, hay quienes incluso sostienen que fue guía de Abraham. En todo caso, fue un sabio con enormes conocimientos al que se le atribuyen hercúleas enseñanzas que jamás perdieron vigencia a pesar de los años y de “la bulliciosa confusión de la vida, con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos”, como dice Arturo Benavides en su Desiderata.
Parecía que nada iba a pasar. Que todo quedaría en la armónica sinfonía del silencio. Que lo que hicieron en su época se sepultaría en el averno de Alighieri. ¡Pero no es así! Todo parece volver al escenario en un movimiento tambaleante que frena –de a poco– el avance de lo pútrido y maloliente. Como que vamos tocando fondo y acercándonos al extremo negro de la oscuridad, precisamente donde inicia la luz. “Los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades y todas las paradojas pueden reconciliarse”. ¡Las leyes de la polaridad y del ritmo empiezan a cumplirse! Y nos sobrecoge, pues no somos santos ni virtuosos, y los yerros del pasaje de la vida nos cobrarán factura algún día. Todo esto, en otra escala, parece ocurrirle a nuestro pobre Ecuador sobrecargado de corrupción e impunidad. No hay día en que no se descubran actos reñidos con la moral y la ética, episodios públicos que muestran cómo cándidamente el hombre cede ante la mayor tentación del mundo: el dinero. Las prístinas enseñanzas universales espirituales se vuelven extrasusceptibles ante los frívolos apegos terrenales que nublan la conciencia. ¡Algo nos pasa! La naturaleza humana nació imperfecta y al paso que vamos, pereceremos Medardo A. Silva se equivocó, no es una alegría dejar de ser niño para empezar a ser hombre. ¡Todo lo contrario! Estas reflexiones mentales “textualizadas” solo para poner en relieve la serie de atrocidades de las que con entera espontaneidad y en nombre de la libertad se cometen sin conciencia social, sin recapacitar en las ulteriores responsabilidades, sin pensar en que los bienes terrenales acumulados solo servirán para los piojos ajenos. Nos hace falta conciencia colectiva, o como dicen los educadores, conocimientos cognitivos y epistemológicos.
Las denuncias de corrupción al más alto nivel, a cotas que ni siquiera podemos imaginarnos, y en todos los estamentos de gobierno, van y vienen unos tras otros en una suerte de corriente continua y alterna que nos electrifica hasta los huesos. Escucharle a Fernando Alvarado, a Diego Delgado y a Cristian Zurita, o leer a los “4Pelagatos”, nos transporta a otras realidades, a otro mundo enigmático e impenetrable donde quizá nunca existieron escuelas ni catecismos, ni profesores ni libros, ni leyes ni sanciones.
“Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la suerte o azar no es más que el nombre que le damos a una ley no reconocida; hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a la Ley universal”. ¿Por eso será que se están cayendo del cielo algunas “estrellas pesadas” embolsicadas con dineros ajenos? Rambal, en su poema Carta a mi hijo (cuya autoría es de Octavio Castillo), decía: “... he visto caer algunas estrellas del cielo y quebrarse muchos bastones en los cuales uno confiaba para poderse sostener”. ¡Tenía mucha razón!(O)
Manuel Eugenio Morocho Quinteros,
arquitecto; Azogues, Cañar