A dos días de iniciada la Operación Libertad de Juan Guaidó puede considerarse un fracaso político. No logró su objetivo táctico, que era provocar –o, más bien, hacer visible– la ruptura dentro de las Fuerzas Armadas. Ese era y es un paso fundamental para lograr la salida de Nicolás Maduro, fijada como el objetivo final o estratégico. Sin división entre los militares será imposible poner fin, por medios pacíficos, al régimen autoritario. Por ello, no llama la atención que entre las primeras reacciones se destacaran las que apelaban al enfrentamiento abierto sin descartar la intervención extranjera. Los halcones de Washington recobraron protagonismo, incluso con declaraciones imprudentes como la del secretario de Estado que puso al descubierto, con nombres y apellidos, a quienes estaban supuestamente impulsando una salida negociada. Destaparlos ante la opinión pública fue una forma de cerrar la puerta a la solución óptima, que es un acuerdo con una parte de la cúpula chavista.
Los partidarios de Guaidó y los medios que lo apoyan consideran que no hubo tal fracaso, porque ven a esta como una operación de largo plazo, en la que lo sucedido el martes 30 constituye solamente un primer episodio. Destacan, además, la liberación de Leopoldo López y sobre todo el sismo que se produjo en el servicio de inteligencia por la participación de sus agentes en este hecho. Sin duda, fue un golpe a la institución que, junto a la cúpula militar, ha sido uno de los puntales del proyecto autoritario. Pero es un beneficio menor si se considera el enorme costo que significa la exposición del propio presidente interino a un juego que, de aquí en adelante, estará basado exclusiva o principalmente en la fuerza. Es muy probable que la vía institucional que venía impulsando hasta ahora haya quedado anulada. Ahí es donde tiene asidero la acusación madurista de intento de golpe de Estado, que le da pie para desarrollar acciones persecutorias.
De las muchas causas del fracaso, hay tres que son centrales. La primera es la argamasa que mantiene unida a la cúpula militar en torno a Maduro. En la práctica, la intención de lograr el reconocimiento de Guaidó como autoridad de las Fuerzas Armadas se estrelló contra solidaridades construidas quién sabe con qué artimañas y con qué lazos inconfesables. La única manera de abrir un boquete ahí sería, penosamente, con una oferta creíble de impunidad para un sector. La segunda es el error de intentar solamente una división horizontal de las Fuerzas Armadas (buenos contra malos), descuidando la división horizontal que debe apuntar a aislar a la cúpula. La fractura tiene que ser en ambas dimensiones si se quiere evitar la guerra civil. La tercera es el apuro con que fue hecha la acción del martes. De lo que se conoce, estaba planificada para unos días más tarde, pero se la adelantó porque había indicios certeros del arresto de Guaidó y del envío de López a la prisión del Sebin. Si es así, el margen de acción era mínimo y se entiende la acción desesperada. (O)