La excelencia profesional debería ser el paradigma a seguir en todas las universidades ecuatorianas para todas las carreras. De sobra sabemos que uno de los parámetros que miden la riqueza de un país es la educación. No obstante, el proceso de formación médica requiere un análisis particularmente especial, ya que nuestro objeto de trabajo son la salud y la vida humanas. Las enfermedades y los enfermos han existido y existirán siempre. Siempre habrá alguien que busque atención médica y confianza en la preparación académica y honestidad de quien lo atiende. En tanto, los médicos tenemos la obligación de ser competentes y estar constantemente actualizados. En todo este proceso, la universidad tiene la gran responsabilidad de formar médicos capacitados, con conocimientos y recursos suficientes para que si así lo desean accedan a una especialización, y para que ejerzan la profesión de manera libre esforzándose por hacer el bien en todo momento.

Los últimos hechos sucedidos con 800 egresados de Medicina, que solicitaron plazas hospitalarias para realizar su año de internado rotativo –requisito obligatorio antes de graduarse–, pone en evidencia que las universidades fallan cuando sus autoridades pretenden medir la carrera de Medicina con el mismo rasero con el que se miden otras carreras.

Al menos a mí me parece irresponsable permitir el ingreso masificado de estudiantes sin prever ni cuidar el rumbo que tomarán. Más allá del derecho de todos a una educación universitaria, cada carrera está obligada a contar con suficiente y adecuado espacio físico, con suficientes recursos académicos, con cantidad y calidad de profesores que garanticen un ejercicio pedagógico óptimo. La enseñanza de Medicina es amplia y compleja. No hay ciclo más importante que otro. Tan fundamentales son las ciencias básicas como las ciencias clínicas y quirúrgicas. Se necesitan docentes que favorezcan la formación de individuos con razonamiento crítico, curiosos por aprender y por generar más conocimiento. Debe fomentarse el esfuerzo máximo y crear conciencia sobre la responsabilidad personal que se tiene en la aprobación de cada asignatura. Para ello se requieren rigurosidad y disciplina fomentadas dentro del mismo ambiente universitario. Las prácticas hospitalarias son indispensables en la formación médica. Si las universidades no cuentan con hospitales propios, entonces deben acordar la suscripción de convenios interinstitucionales y trabajar para una buena ejecución de ellos. El buen trato humano hacia los estudiantes abona a la buena relación médico-paciente. Y no dejan de hacer falta políticas universitarias en pos de una inserción laboral justa y equitativa para todos quienes se gradúan.

Ser médico demanda más que la mera obtención de un título. Los estudiantes y las autoridades universitarias deben ser conscientes de que para ser médico se requieren competencias especiales que no todos tienen. Un médico mediocre es un peligro para la sociedad. La responsabilidad en la formación es compartida con el estudiante, pero sobre todo recae en la universidad, que debe ser la que garantice en la mayor medida posible que sus graduados disponen del conocimiento, las habilidades y la responsabilidad social indispensables para ejercer la medicina. Como seres humanos, como país y como mundo, lo merecemos.(O)