Yo debía cargar agua, entrar tierra de relleno, vender albahaca. Mis primas, hacer las compras, ordenar la casa, lavar. Solitario –nuestro perro–, espantar los gatos que acechaban los pescados tendidos al sol. Mi abuela, cuidar sus plantas, alimentar a sus pollos, cocinar. Era su funcionalidad familiar. Fomentaba el valor de saludar, agradecer, colaborar, respetar, para cultivar buena convivencia en la comunidad. Instaba a no discriminar. “Toda persona es importante”, repetía. Sin saberlo, articulaba tejido social desde casa. Piotr Sztompka usa dicho término como metáfora de esas relaciones que configuran nuestra realidad cotidiana. Ejemplifica las células, donde cada una desempeña su función para conformar los tejidos y el funcionamiento del organismo. De igual manera, el tejido social es la asociación de individuos, constituidos con el fin de alcanzar metas, proyectos, objetivos afines, basados en relaciones de responsabilidad, confianza, disciplina, solidaridad, entre familias, vecinos, grupos, y abarca lo psicológico, económico, sociológico, cultural, político, medioambiental.

En tiempos complejos prevalecen intolerancias, egoísmos, conflictos comunales. Lo material relativiza el “no robar”, el “buenos días”, “muchas gracias”, “por favor”. El dinero sobrepasa los valores, abonando el terreno de la deshonestidad. ¿Cómo restauramos ese tejido con tanta célula infestada y una patria descontenta? La historia indica que los Estados donde el sentido comunitario prioriza los resultados grupales sobre los éxitos particulares, crean buenas relaciones, estimulan la cooperación, combaten la corrupción y conviven sin mayores traumas.

Carecemos de un tejido social consistente quizá, entre otros factores, porque se criminalizó la calle como escenario de expresión popular. Se fragmentó esa fuerza catalizadora, hoy limitada a periódicos ejercicios electorales entre incertidumbre económica, desempleo, nuevas migraciones, reestructuración institucional, una política que genera disociación comunitaria, personas enajenadas por la crisis y las drogas, un pueblo huérfano de liderazgos integradores. Escenario alimentado por la expectativa ante los recientemente electos miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, entidad acusada de descuidar su labor, limitar la acción ciudadana y castrar la voz popular en el gobierno anterior. Se intenta restituirle su operatividad cívica fiscalizadora, ante la desconfianza del presidente transitorio, Julio César Trujillo, quien propone su eliminación.

Debemos reformatearnos como sociedad; reconstruir los vínculos de colaboración ciudadana; promover estrategias asociativas como factor organizativo y transformador; exigir un eficiente desempeño del Estado; fomentar liderazgos positivos para prosperar individual y colectivamente. Necesitamos configurar un tejido social transversal desde la cultura, el arte, las instituciones públicas, empresa privada, la economía popular solidaria, la política, el pueblo en general. Sobre todo, desde esos hogares fortaleciendo valores de cooperación, compromiso, honradez, respeto, que permitan reordenar la sociedad también desde los barrios, comunidades, sectores educativos, para recobrar el rumbo y continuar desarrollándonos como país. (O)