En los últimos días he leído varios editoriales, columnas y opiniones sobre las recientes elecciones seccionales. Creo que el tema ha sido lo suficientemente analizado y discutido, desde las denominadas sorpresas electorales, pasando por las irregularidades del proceso hasta el fortalecimiento o debilitamiento de los partidos políticos. Es necesario pasar la página y hacer una reflexión sobre lo que, como ciudadanos, debemos esperar de la política y no lo hemos exigido.

Recientemente, la profesora española de derecho internacional Mariola Urrea contrastaba la política con la publicidad. Su comparación es interesante y útil. Los publicistas exponen las características y convierten la compra de un producto o servicio en una experiencia especial para el usuario. Cuando el bien no cumple con lo ofertado hay engaño o fraude a los consumidores y, por ende, estos últimos dejan de usarlo hasta que desaparezca del mercado.

La política no se aleja de esta explicación. En campaña electoral los candidatos prometen mucho sobre una realidad existente. En sus ofrecimientos hechizan al soberano levantando sus expectativas y esperanzas sobre su ciudad, provincia o país. No obstante, es indispensable entender y conocer cómo y cuándo tales propuestas se pueden realizar.

A criterio personal pienso que en la opinión pública ecuatoriana ha faltado contrastar las ofertas electorales con la realidad fáctica del Gobierno, del marco jurídico, de la economía y de la sociedad. Sin este análisis nos pueden vender gato por liebre y llevarnos al país de las maravillas, que podría convertirse en un agujero negro.

Tenemos que tener claro que el político, en Ecuador y en todo el mundo, debe ser honesto y transparente con su plan de gobierno y/o propuestas para la gestión pública. La honestidad hace referencia a lo razonable, justo, honrado, probo y decente. La transparencia, a la claridad y a lo evidente de sus promesas, las cuales pueden comprenderse sin duda ni ambigüedad. Si nuestros políticos unieran estas dos virtudes y expresaran las limitantes y/o dificultades a los planes o pedidos ciudadanos, nosotros podríamos confiar más en ellos.

Sin duda alguna esto puede ser difícil para los políticos, pero es lo correcto de hacer por la ciudadanía. Esto no quita la necesidad de proyectar un mejor futuro o un cambio, pues si no lo buscan no deberían ingresar a la vida pública. Por nuestra parte, así como lo dice la profesora Urrea, tenemos la inexorable responsabilidad de examinar cada propuesta recibida en campaña y exigir información clara a quienes buscan nuestro voto.

En el comercio, cuando recibimos una oferta, comparamos los productos en el mercado y decidimos por el que dé mejores garantías, resultados o nos traiga mayores beneficios. En la política es igual, debemos comparar, contrastar y elegir por lo que realmente pueda realizarse y beneficiarnos.

¿Cuál es la política que queremos? ¿Permitimos que nos prometan sin estudios de factibilidad? Es sencillo: si un producto te engaña o no cumple tus expectativas, nunca más vuelves a comprarlo. Si un político te omite información, te engaña o te roba, nunca más deberías darle el voto.

(O)