De adjetivo a sustantivo y viceversa, el “neorriquismo” ecuatoriano trasciende un particular grupo socioeconómico. Más bien, encarna el espíritu de un país que se acostumbró a vivir de lo fiado más que de lo ganado, a consumir desde la presunción y no desde la producción. No es culpa solamente del correísmo, que condujo a la cima esta tendencia latente hasta hace cuarenta años, cuando empezó a dispararse. Es un viejo posicionamiento colectivo nacional frente al esfuerzo, al trabajo, a la imperfección y a la falta. Es un rasgo de sociedad y cultura, de orígenes antiguos, que nos diferencia de otros pueblos realmente productivos, que sufrieron hambre, derrota y pobreza, como los japoneses y los coreanos. Los ecuatorianos no aprendimos nada de la guerra del 41 ni del feriado bancario.

En este “revisionismo histórico” (o “histérico”) iniciado por Lenín Moreno desde que asumió la presidencia del Ecuador, ignoramos que, de una manera u otra, buena parte de los ecuatorianos incluyendo los críticos y opositores del correísmo, fuimos beneficiarios del despilfarro maníaco de Rafael Correa y del consumismo consecuente. Beneficiarios sin beneficio de inventario, ni responsabilidad subjetiva. Revisionismo histérico, porque periódicamente erigimos amos para luego defenestrarlos, y buscar un sustituto para repetir el ciclo. Un colectivo “no querer saber de la verdad”: la de que fuimos, somos y seremos un país indefinidamente pobre, insuficientemente productivo, sinceramente ineducado, orgullosamente maleducado, homogéneamente corrupto e irresponsablemente dependiente. Lo seremos hasta que asumamos que ningún milagro, subsidio o intervención extranjera nos sacará del hueco, y solo la austeridad y las 45 horas laborables semanales cambiarán nuestra condición.

Y no se trata solamente de la industria, la manufactura y la exportación. Se trata del (auto) cuestionamiento de nuestra producción académica, profesional e ilustrada, de la interrogación a nuestra clase intelectual y a los que presumimos de serlo. Porque el “neorriquismo” ecuatoriano también se expresa en la infatuación seudointelectual como una pose. En este momento, celebramos la judicialización del académico de las gafas coloradas y la colita, el hombre que encarnaba en su sola persona la arrogancia academicista del correísmo. Pero… ¿cuán diferentes somos de él? ¿Cuántas propuestas constructivas aportamos los que gozamos de una columna o una página digital? ¿Nos vamos a contentar con criticar, dizque analizar, banalizar y publicar la farándula correísta? ¿Acaso no hemos notado que progresivamente hemos perdido lectores y seguidores?

Sobre nuestros políticos, entre yucazos, chancletazos y silletazos, si un candidato a la Alcaldía quiteña propusiera como solución al estancamiento del tráfico la creación de carriles exclusivos para vehículos de alta gama “porque las personas importantes necesitan llegar a tiempo”, ello resumiría la ignorancia, la “chagrada” y la obcecación, características del “neorriquismo” criollo. Nos damos el lujo de tener servidumbre extranjera en nuestras casas nuevas ricas, y mendicidad foránea en nuestros semáforos nuevos ricos, cuando en el fondo somos casi tan pobres como los venezolanos. Nos damos el lujo, porque el “neorriquismo” pervierte la solidaridad y lucra con la desgracia ajena. Y tampoco seremos “nuevos” pobres como ellos, porque nunca fuimos ricos. Solo la humildad, la educación, la inversión del ahorro y la multiplicación del trabajo nos servirán. No la limosna ni los subsidios.(O)