La realidad brutal del suicidio, con su cruel objetividad insoslayable, desata intensas emociones en las personas, más en una cultura como la nuestra que considera inaceptable la muerte por mano propia. Esto lo saben quienes echan mano de este dramático recurso para “castigar” al amante, a la familia, al círculo social, al mundo. Y el mundo replica alarmado buscando cómo atajar este fenómeno que lo cuestiona, sobre todo cuando se vuelve frecuente y hasta masivo. El hecho de que sea una tendencia concentrada en determinadas regiones o países indica que debe tener un origen social. Paradoja, este acto tan individual e individualista, resulta ser parte de un movimiento colectivo.
El país con más alta prevalencia de suicidios es Groenlandia. Su situación geográfica podría ser un factor, más si se cruza este dato con el hecho de que la provincia más boreal de Canadá, Nunavut, y el estado más norteño de Estados Unidos, Alaska, también son los más afectados. Las largas temporadas de oscuridad a las que están sometidas estas zonas podrían estar detrás de la tendencia. Pero el argumento flaquea cuando se establece que en Groenlandia, por lo menos, es en los luminosos días de verano cuando arrecia la ola. Y parecería contraponerse al hecho de que la nación independiente con mayor tasa de suicidios es la tropical Guyana.
En la imaginación de mucha gente Japón es “el país del suicidio”. En verdad tiene una tasa que todavía se considera alta, pero no es “anormalmente alta”, está por detrás de varios países de distintos continentes y ha descendido durante casi una década. Sin embargo, la inexacta idea persiste. No poco contribuye a esta concepción poco fundada la costumbre o institución de la evisceración ritual, el famoso harakiri. Esta chocante y meticulosa forma de suicidio estaba reservada a la casta dominante de los samuráis. Muestra de desentendimiento: en Occidente llamamos harakiri a un acto que en japonés culto se dice seppuku. Entre las dos palabras hay más o menos la misma diferencia que entre destriparse y eviscerarse. Sin embargo las dos vocalizaciones se escriben con los mismos kanjis (caracteres chinos), algo que igualmente nos resulta difícil de entender. Frecuente durante la Edad Media, hacia el siglo XVII fue reglamentado severamente y se lo prohibió en 1873. Se practicó de manera encubierta casi siempre como consecuencia de conflictos políticos, especialmente tras la derrota japonesa en 1945. Pero pronto desapareció, para solo volverse a ver en 1970, en el seppuku del famoso escritor Yukio Mishima, practicado conforme a todas las exigencias del ritual ¡y frente a cámaras de televisión! Pocos años después, Yasunari Kawabata, escritor ganador del Premio Nobel, al que se consideraba mentor de Mishima, se suicida abriendo la llave del gas. Mishima prácticamente narra cómo sería su muerte en el impresionante relato Patriotismo. En cambio, la de Kawabata le podría haber ocurrido a uno de los ancianos clientes de La casa de las bellas durmientes, su delicada novela. El mejor, ¿o el único?, material para la obra de un escritor es su propia vida, al narrar su propia muerte intenta aprovechar este recurso hasta el extremo. (O)









