En la sexagésima primera Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas del 20 de septiembre de 2006, Hugo Chávez dio un discurso que es recordado por sus disparates y por las carcajadas que provocó a la audiencia.

Decidí escucharlo nuevamente para escribir este artículo. Chávez decía que los ciudadanos estadounidenses tenían al diablo en casa, en referencia a George W. Bush, expresidente de los Estados Unidos de América. Que el diablo de Bush tenía una receta que buscaba controlar todo mediante el uso de bombas y armas. Que esto no era una democracia e invitaba a que no se permita que se consoliden dictaduras.

Finalmente, expresaba que Venezuela quería aportar con ideas para salvar al planeta de la amenaza imperialista. Que sus acciones buscaban un mejor futuro para que los hijos y nietos vivan en un mundo de paz.

Hago este recuento porque mientras veía las noticias de lo que ocurría en Venezuela el pasado fin de semana, sentí la verdadera maldad de un dictador. Bajo la excusa de un atentado a la soberanía venezolana, Maduro prohibió el ingreso de ayuda humanitaria y luego la incendió. Por si fuera poco, bailó y festejó, mientras los venezolanos esperaban hambrientos y enfermos la donación extranjera. Lo dice, pero no lo tiene claro: “El soberano es el pueblo”, pero debe entender que no hay mayor violación a la soberanía que dejarlos morir.

Las medidas y decisiones tomadas por el gobierno socialista, desde Chávez hasta Maduro, han sido parte de la fórmula que desencadenó su peor crisis humanitaria. El socialismo en América Latina prometió muchas cosas, pero llevó a la pobreza, a la división, al enfrentamiento entre ciudadanos, a la desigualdad, a la injusticia y a niveles de corrupción nunca antes vistos.

La realidad política de Venezuela es complicada. El gobierno de Guaidó no controla a los distintos poderes del Estado y, por ello, no tiene capacidad efectiva de dirigir al país, peor aún de convocar a elecciones. Creer que Maduro va a ceder ante los pedidos de convocar a elecciones libres es ingenuo, pues él sabe muy bien que sería derrotado en las urnas y luego llevado a los juzgados. Hasta eso, el chavismo busca la supervivencia a cualquier precio y a costa de la vida de los venezolanos. Al chavismo ya no le interesa que el mundo entero vea lo perversos que son ni la violencia que utilizan para lograr sus objetivos.

Desde hace varios años se opina que todos preferimos una solución pacífica sin intervención militar para rescatar la democracia en Venezuela. Pero vale la pena preguntarnos ¿hasta cuándo soportarán los venezolanos? ¿Cuánto tiempo puede subsistir este Gobierno? y, especialmente, ¿cuánto daño está dispuesto a causar Maduro?

En conclusión, todo lo dicho por Chávez parece aplicarse en el ocaso del gobierno de su discípulo. Venezuela es una dictadura violenta que está lejos de asegurar la paz y un mejor futuro para las siguientes generaciones. Maduro se encargó de escribir y ejecutar la verdadera receta del diablo y esta, nadie debería probarla. (O)