Soy profesor que me formé en las aulas universitarias de mi patria de donde nací y viven mis hijos. Escribo con el afán de comentar el diario vivir de los profesores en escuelas, colegios y universidades. Son realidades distintas, pero es ardua responsabilidad de educar y formar a niños, jóvenes y adultos.
Escogimos esta profesión de profesor porque nos gusta enseñar y también aprender de nuestros estudiantes. Tenemos un sueldo muy inferior a los asambleístas, si valoramos y justificamos la producción de trabajo nos quedarían debiendo a todos los ecuatorianos que les elegimos en las urnas. Un docente busca las mejores estrategias para llegar a sus educandos y hace todo lo posible por atender personalmente a estudiantes, padres de familia; al no contar con secretarios particulares o asistentes, se convierte en “todólogo” y en algunas ocasiones en sustituto de padre de los estudiantes.
Los profesores nos arreglamos como sea para tener tiempo para escuchar a los alumnos. A pesar de los inconvenientes podemos ser eficientes sin tener asesores, acudimos a lo que saben y conocen compañeros de profesión quienes nos orientan, nos aconsejan cómo confrontar situaciones de índole educativo. Nuestro trabajo en el aula no queda allí, llevamos más trabajos a nuestros hogares, restando espacio para pasar con la familia, sin recibir compensación económica por horas extras. La exigencia de ser competitivos nos ha abierto la oportunidad de continuar aprendiendo.
De otro lado, ciertas personas con mínima preparación académica de asambleísta gozan de exuberantes salarios y condiciones laborales favorables. Esto se denota en la producción de leyes concernientes a la educación.
La educación requiere docentes de calidad, estamos completamente de acuerdo. A los profesores nos miden la eficiencia, somos evaluados constantemente para demostrar lo que sabemos y la forma que enseñamos a nuestros estudiantes. Me pregunto, ¿todos los asambleístas son evaluados constantemente, les toman exámenes para saber sus conocimientos, etcétera?(O)
Roberto Gabino Camana Fiallos,
docente; Latacunga, Cotopaxi