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Vicentico nos cuenta que su padre, semanas atrás, cumplió noventa y nueve años. En la reunión de festejo, él tomó la palabra y dijo: Gracias por haberme visitado; mi próximo cumpleaños será en el camposanto. ‘Palabra de gallero, palabra de caballero’. Washington León Almeida acaba de partir.

No sé qué es lo que tuvieron esas generaciones de ayer. Esos viejos de hoy –a quienes admiramos– forjaron historias y las grabaron en los corazones de sus vástagos porque supieron transmitir relatos únicos. Sus mensajes deambulan por campos y valles; sus decires son parte de nuestra habla familiar; sus rostros de una u otra manera encontraron un puesto especial en el baúl de nuestros recuerdos; sus vidas nos impactaron tanto que muchos decidimos caminar tras sus huellas. En esta columna, meses atrás, mencioné la partida de mi tía Emeteria luego de cumplir ciento tres años. Semanas antes de su fallecimiento, en una magna reunión de los primos Torres (estuvimos cerca de cuatrocientas personas), nuestra tía nos deleitó con sus relatos haciendo gala de su extraordinaria memoria. Ella se fue con una sonrisa; nunca anunció su partida; se durmió como se duermen las almas buenas.

Washington León Almeida fue hijo del campo. En Guare, parroquia de Baba, él nació y se hizo hombre; amó la tierra, aprendió costumbres, practicó valores y forjó su vida. Su familia lo recuerda: ‘Para mí fue un ejemplo… me enseñó a trabajar, aprendí a ser más disciplinado y ordenado; siempre se lo hice saber que junto a mis padres él fue un ejemplo de vida. La pasión por la ganadería se la debo a Washington León Almeida; con él aprendí que el día empieza a las cuatro y media de la mañana. De todos mis tíos tengo enseñanzas: la alegría de mi tío Manuel, la generosidad de mi tío Federico, la sencillez de mi tío Germán, la solidaridad de mi tía Violante y de mi madre, la habilidad para los negocios de mi tío Jaime. Me hubiese gustado conocer a mi tía Mélida. Qué orgullo decir que soy descendiente de los León Almeida’ (Rommel). ‘Nuestro tío Washington, siempre recto, ordenado y trabajador, pulcro y con mucha disciplina, fue para nosotros y seguirá siendo siempre la representación de la familia, como hermano mayor de mi madre fue muy amado; para mi mami era “su ñañito”; recordamos de él su trato cariñoso a sus sobrinas queridas, como nos decía, y el amor que le mostraba a su esposa, mi tía Euvenia’ (Sarita). ‘Era una persona amante del orden, tanto así que el diario que él leía lo dejaba impecable, y si alguien lo tomaba para leerlo y lo dejaba desbaratado, lo obligaba a ponerlo como se debía’ (Paty).

Los padres jóvenes bien hacen cuando se preocupan de la herencia moral, religiosa y cívica que dejan a sus hijos: no bastan los libros, los consejos, tampoco los ritos. Quienes practican aquellos valores que enseñan son seres que dejan huellas. No hay escuela para llegar a viejo. Hay viejos que son enciclopedias del buen vivir. La cohesión familiar y sus valores son su mejor legado.

(O)