Su vida estuvo matizada por el dolor físico y la tristeza. La poliomielitis apareció en su más temprana infancia, por lo que su pierna derecha fue siempre más delgada que la izquierda. A sus 18 años, el bus en el que iba fue aplastado por un tranvía. La columna vertebral se le partió en tres partes. Costillas, clavícula y hueso pélvico rotos. La delgadita pierna derecha se le partió en once fragmentos. Se le dislocó el pie. El hombro izquierdo se le descoyuntó. Un pasamanos le atravesó desde la cadera izquierda hasta salir por su vagina. Ella decía que así perdió su virginidad. Al menos 32 operaciones quirúrgicas tuvo que soportar su débil cuerpo a lo largo de su existencia. Sin embargo, es una de las creadoras más célebres de todos los tiempos.

El Brooklyn Museum es el anfitrión de “Frida Kahlo: Appearences Can Be Deceiving”. Una exposición sobre su dimensión más íntima: su ropa, sus pintalabios, sus corsés, sus cosméticos, las prótesis pintadas a mano, es decir sus objetos personales, las cosas a las que se aferraba y que, en el fondo, eran extensión de su cuerpo. La exposición está acompañada de 10 pinturas y dibujos de su autoría y piezas de arte mesoamericano. Todo aquello conforma su poética existencial. Sus deslumbramientos.

Vivir en Nueva York permite esos milagros: caminar en los salones en donde están expuestas las prendas que alguna vez usó el cuerpo roto de Frida Kahlo. Los vestidos que usa en algunos de sus autorretratos y que develan su pasión por el Itsmo de Tehuantepec, que inspiró su estilo de vestir y que, hoy por hoy, la convirtió en un ícono de la moda. En sus objetos, es posible entender su pensamiento y cómo los elementos que más amó y que más le atormentaron influenciaron la propuesta estética de su pictórica: el comunismo, el amor, el surrealismo, el sexo, la discapacidad, las culturas originarias, la muerte, la autoindagación, México.

Gran parte de estos objetos permanecieron ocultos por medio siglo, luego de que en 1957 la Casa Azul, el hogar de Frida desde su nacimiento hasta su muerte, se convirtió en museo. Diego Rivera, su esposo, dejó instrucciones para que esos objetos sean resguardados bajo llave, en el baño de la habitación de Frida.

La exposición permite una aproximación a la mujer que, antes de convertirse en ícono de la cultura pop, encontró en la pintura un espacio resiliente y de autorreinvención. Frida se parió revolucionariamente en cada una de sus imágenes, confrontando las zonas más brutales y dolorosas de su memoria y de su cuerpo, en busca de la luz que permite siempre la pintura. Quizá por eso hacia el final, y luego de intentos fallidos de suicidio, escribió en su último cuadro y junto a su firma: VIVA LA VIDA. Cuando la bronconeumonía la hizo abandonar el mundo de los vivos, con 47 años a cuestas, dijo: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.

Mucho se ha cuestionado el hecho de tomar a Frida como un referente de las luchas de las mujeres, quizá por el doloroso y subyugado amor que profesó a Diego Rivera. Pienso, sin embargo, que Frida encarna una fortaleza ante la vida y la adversidad que es drásticamente femenina. Su valentía y talento, para pintar bajo la sombra del muralismo mexicano, no tiene precedentes. Tampoco esa otra valentía que le permitió asumir su libertad de mujer en el plano estético, amoroso, sexual y político. Chavela Vargas y Nickolas Muray estarán de acuerdo conmigo en que Frida volaba libre, contra su época. Incluso Natalia Lafourcade la admira por ello. Su vida fue triste, tristísima, tan nítida y tan llena de intensidad como son la lucidez, el amor, los paisajes de México.