Durante una década, la real academia de lengua correísta instauró su vocabulario socialista. Diez años de intoxicación lingüística, con el aparato de propaganda lavando cerebros, dándole nuevos sentidos a las palabras, convirtiendo lo bueno en malo, lo malo en bueno.

Nos convencieron de que hay malas palabras –que de malas no tienen nada– que si las pronuncia una autoridad, un empresario o, peor aún, un político o candidato, son nefastas para su carrera.

Hoy, que se quieren hacer cambios cruciales para sacar a este país del hueco correísta, las autoridades tienen que andar con pinzas, no vaya a ser que pronuncien alguna de esas malas palabras.

Palabras como privatización. No conozco un ser humano que escoja voluntariamente una empresa pública sobre una privada. Y no conozco una sola empresa pública con mejor servicio o resultados que una privada. Pero escuchamos la palabra privatización y se encienden las alarmas lingüísticas acusando a quien la pronuncie de neoliberal, la más mala de todas las palabras.

Palabras como libre mercado o apertura comercial. En la lengua social-retrógrada, cualquier injerencia extranjera debe ser limitada, controlada y si es posible, abolida. Lo vimos estos días con el apoyo que casi todos los políticos, salvo honrosas excepciones, dieron a esa absurda ley que prohíbe importar publicidad y obliga a las empresas a contratar productoras audiovisuales locales. Esto reveló con gran claridad cómo la lengua correísta sigue vigente en nuestro país. Términos como nacionalismo y proteccionismo, esos sí nefastos, siguen dominando la lengua política ecuatoriana.

Palabras como flexibilidad laboral. Esa sí está en la lista más negra del diccionario heredado del correísmo. Probablemente no la hemos escuchado hace mucho tiempo. Los que quieren referirse a ella usan sinónimos, términos que aunque en la práctica lleven a lo mismo, suenen distinto. Porque acá seguimos convencidos de que el trabajo hay que “protegerlo” con leyes que hagan muy difícil y caro contratar y despedir. Creemos que con eso beneficiamos al trabajador. No vemos a los cientos de miles de desempleados que no consiguen un trabajo formal por culpa de esa rigidez laboral. Tan mala es esta palabra que no escucharemos a ningún candidato pronunciarla.

Palabras como utilidades. Para el diccionario criollo político las empresas que no ganan plata son las buenas. Las rentables son el demonio. Ganar mucha plata es lo peor. Las empresas deben ser beneficencias que paguen buenos sueldos, que paguen altos impuestos, que ofrezcan todos los beneficios, pero cuidado con enriquecerse mucho, cuidado con que les vaya muy bien. Eso sí que es malo.

Tomará un buen tiempo desintoxicarnos, reeducarnos, reaprender a hablar. Entender el significado real de las palabras, las ideas, los conceptos. Tener un nuevo diccionario de referencia. Pasará mucho tiempo hasta que esas malas palabras dejen de serlo. El daño que el correísmo le hizo a nuestro vocabulario y nuestra manera de pensar es profundo. Necesitamos políticos y líderes que digan con claridad y frontalidad todas esas malas palabras y más.

Las malas palabras políticas suelen ser buenas para el país, para todos. Sería otra nuestra situación si pronunciáramos más seguido estas palabras. Si fueran parte de nuestra visión de las cosas. Mientras las sigamos callando, seguirán siendo malas. (O)