Mientras la ciudadanía ha recibido con satisfacción la decisión gubernamental de revivir las escuelas rurales, continúa el irracional cierre de varios centros superiores rurales universitarios. Respecto de las pintorescas escuelitas, fueron abandonadas a los embates inclementes del tiempo, truncando la asistencia de niños y adolescentes en beneficio de estructuras regionales, mal construidas, sin drenajes, débiles frente a lluvias intensas, altas temperaturas y destructora humedad, donde se impartirían conocimientos a estudiantes extraídos de su agreste entorno, ilusionados por la movilización en ofertados y cómodos buses, que resultaron solo un sueño. Algunas de esas añoradas instituciones no fueron siempre sencillas y modestas, había unas que funcionaban en cómodas instalaciones, producto de fuertes inversiones estatales, donde convivían plácidamente el aula de estudios con el huerto familiar.
Lo que aconteció con la formación básica, escolar y colegial, se dio también con la enseñanza superior rural, siendo un descarnado ejemplo el cierre doloroso, fatal estocada al corazón de una de las zonas más productivas y feraces del litoral ecuatoriano, de la renombrada extensión universitaria de Vinces, en la provincia de Los Ríos, centro de estudios superiores creado bajo los auspicios de la Universidad de Guayaquil, donde lograron titularse alrededor de 1.500 profesionales agrarios, ahora entregando sus saberes en diferentes lugares del Ecuador. Idéntico e injusto trato recibieron los denominados programas regionales de enseñanzas de la Universidad Agraria del Ecuador, testigo del cese de núcleos académicos en varios cantones con alma rural de la provincia del Guayas y otros de Costa y Sierra, por razones de revanchismo político.
Para cometer ese atroz desatino al desarrollo educativo rural, se acudió a una amañada calificación de tecnócratas ajenos al sector, desconocedores de la realidad campestre, de las especiales características de sus estudiantes, en su gran mayoría hijos de agricultores sin tierra, de familias disueltas por la inmigración, pero asiduos trabajadores de fincas contribuyentes a la exportación y consumo nacional, frustrando aspiraciones de jóvenes, hombres y mujeres, de clara vocación agraria, obligados a abandonar el campo para un futuro de miseria y desesperación, pero también desalentando a citadinos amantes de las ciencias rurales.
Se justifica la acción desplegada por la sociedad vinceña en procura de la reapertura de su emblemática universidad, que cuenta con didácticas plantaciones de cacao, café, banano, maquinaria agrícola, invernaderos computarizados, laboratorios, aulas confortables, con facilidades informáticas, climatizadas, con capacidad de recibir cientos de bachilleres de poblaciones agrícolas del contorno integrado por cantones de la fértil y verde provincia de Los Ríos, orgullosa de sus maravillosos suelos, de gran espesor arable y obras hidráulicas aprovechables en proyectos de riego, precisamente ejecutables por los futuros profesionales agropecuarios de la universidad infamemente descalificada.
Solo el presidente de la República, con su tradicional y decidido apoyo a la superación de la marginación, que ha ofertado colegios tecnológicos a lo largo y ancho del país, podrá enderezar una ignominiosa decisión que colmó de desencanto a miles de jóvenes ansiosos de convertir al agro en una pronta y segura fuente de riqueza, e interceder por la inmediata reapertura de la extensión vinceña y otras en similar situación, demostrando que efectivamente su gobierno desea impulsar el agro nacional. (O)