La política es un “animal” extraño, no la queremos, la necesitamos, le damos una importancia excesiva, y luego mostramos una enorme distancia e irresponsabilidad al elegirla.

Uno, repetimos incesantemente la frase “hay que elegir bien”, y luego ¿qué hacemos? Pues simplemente desinteresarnos de los candidatos. Los vemos pasar como un fulgor de marketing, no oímos sus propuestas (sean buenas o malas, limitadas o profundas), y en medio de ese ruido, no buscamos informarnos mejor. Nuestra manera de elegir es finalmente que en la víspera de la elección, nos reunimos en familia, miramos las listas del periódico y decidimos al apuro… o peor aún, decidimos en la fila misma (por eso las encuestas son complicadas, se cierran una semana antes, cuando la decisión se toma en las últimas 24 horas).

Dos, repetimos la frase “queremos gente nueva”. Pero en esa reunión familiar repetimos “quién también será este”, “¡qué hace aquí este desconocido!”, y finalmente nos decantamos por los nombres que más nos suenan. Por eso, futbolistas y estrellas del espectáculo tienen un gran alcance. O si no, escogemos al que habla bonito y ¡más “milagros” vende!

Tres, hay momentos clave que ni siquiera percibimos. Por ejemplo, en un mes elegiremos a los miembros del nuevo Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, que el Gobierno debió buscar la manera legal de eliminar. Tendrá grandes poderes, incluyendo echar abajo lo hecho por el Consejo transitorio (Corte Constitucional, Justicia). ¿O me equivoco? Muy grave… Podemos estar seguros de que, desde la sombra, el correísmo intentará tejer ahí sus tentáculos, es su gran oportunidad (quizás última), disimuladamente, de salvar su pellejo. No es paranoia política, es una cruel realidad… y ¿sabemos (me incluyo) quiénes son los candidatos?

Cuatro, los candidatos entran, en muchos casos (¡no siempre!), en la misma danza. Buscan la manera de dar gusto a la gente, sin intentar comprenderla o darse a entender con mayor profundidad. Les dicen lo que quieren oír y ver (por eso hay candidatos que llevan espectáculos musicales a los pueblos). Y en esa danza acaban muchas veces primando intereses (más o menos corruptos) o vanidades personales. Es que es muy difícil saber qué motiva realmente a la gente a votar. Más grave: caen fácilmente en la visión milagrera. Ejemplo, en Estados Unidos es patético ver cómo hay candidatos (sobre todo jóvenes) que en varios casos ganan con la etiqueta de socialistas y anticapitalistas, cuando las oportunidades que han tenido en la vida son esencialmente de un sistema capitalista exitoso (con todos sus defectos) que les ha otorgado una vida mucho más fácil que la de sus padres.

Criticamos mucho a la política, la despreciamos, pero luego le pedimos grandes resultados. Queremos que resuelva mil problemas. Que nos proteja, ayude, dé empleo, salarios más elevados, y mil cosas más. La política funcionará mejor cuando los gobiernos en su accionar tengan menos peso en la sociedad y menos recursos, y en consecuencia la búsqueda y entrega de votos tenga una dimensión más razonable… Si asumimos más responsabilidades a nivel de los ciudadanos y sus organizaciones (por ejemplo, cuidar nosotros el parque de la esquina), la política será más sana. (O)