Negar la existencia de la historia, con sus aciertos y yerros, es una pretensión fatua, muy propia de personajes con horizontes desdibujados. Mujica y Maduro sirven de ejemplo de aquello que debe y no debe ser hacer historia. Ambos lo hacen con diferencias abismales. Ustedes los conocen; no entro en detalles.

Fui montañista en mi juventud y bien sabemos, quienes tuvimos la suerte de hacer montaña, que existen senderos trazados para escalarlas, senderos hechos por quienes antes de nosotros vieron que eran los más indicados para escalar la cumbre. Cambiarlos es temerario; se requiere de cualidades no comunes a todos los mortales para abrir nuevas rutas. Para dirigir un club, una empresa, una asociación, un colegio, universidad o el país, existen manuales y ejemplos de quienes lo hicieron y lo hicieron bien. Innovadores descentrados o refundadores ególatras son una amenaza para cualquier institución pública o privada, porque son carcoma difícil de erradicar. Entre quienes pueden servirnos de ejemplo de caminantes contamos con un maestro de valía: Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) nació en San Juan; fue político, escritor, docente, periodista, militar y estadista argentino. Fue presidente de la Nación, gobernador de San Juan, senador nacional, además de ministro.

Para conocer mejor a Sarmiento es menester analizar algunos de sus textos. Lo que decimos refleja nuestro interior. La palabra escrita o hablada retrata a una persona. No es la cantidad de veces que uno interviene o los pliegos que una lea. No se trata de tiempos ni extensiones. El casquivano no está en capacidad de reflexionar. Sarmiento sentenció: “Todos los problemas son problemas de educación”; cuando empiezan a fallar la economía, la política, las relaciones interpersonales, los valores de la sociedad, la formación científica, el civismo, la observancia de las leyes, etcétera, es porque la educación requiere ser repensada en una sociedad.

‘Los discípulos son la mejor biografía del maestro’; si bien no es necesariamente cierto este pensamiento, sí conlleva un mensaje en extremo positivo: cada maestro debe saber que su trabajo consiste en formar personas de bien que mañana puedan ser su orgullo. Las semillas sembradas con perseverancia y amor germinarán para el bienestar de la sociedad. El ministro Milton Luna haría muy bien si emprende una auditoría global de lo sucedido en educación durante la década anterior. ¿Qué pasó con esa niñez y juventud? ¿Qué dicen y qué no dicen los textos escolares? ¿Cuál fue el comportamiento de maestros, autoridades y padres de familia?

Decía Sarmiento: “Es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización. Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo; todo está en los humildes bancos de la escuela”. En los humildes bancos de la escuela Alberto Castagnoli, de Sígsig, con el profesor Remigio Arcentales, nació y creció mi gusto por el saber. La educación inicial y básica deben contar con personal idóneo bien capacitado, amante de su profesión y moralmente intachable.

‘Fui nombrado presidente de la República, y no de mis amigos. No está prohibido que un hermano del presidente fuese ministro, pero la decencia lo impide’ (D. Sarmiento).

(O)