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La American Psychological Association (APA), que agrupa a más de 117.000 científicos y psicólogos, en su mayoría de Estados Unidos, acaba de anunciar las primeras pautas para trabajo clínico con hombres y niños. Esta organización destaca que, aunque el sistema parece favorecer a los hombres, pues la mayoría de empresarios y políticos de élite en ese país son hombres, 90 por ciento de los homicidas y 77 por ciento de las víctimas de homicidios también lo son. Los hombres se suicidan 3,5 veces más que las mujeres y viven casi 5 años menos. Los niños son más diagnosticados con déficit de atención e hiperactividad que las niñas, y los castigan más duramente en el colegio, especialmente si tienen la tez más oscura. El argumento central de APA, basado en 40 años de investigaciones, es que la masculinidad tradicional, que busca que niños y hombres supriman sus emociones, tiene un impacto psicológico negativo. Debido a que exige estoicismo, competitividad, dominación y agresión, muchos hombres se inhiben de mostrar vulnerabilidad y, por tanto, no se cuidan la salud o desarrollan lazos personales con sus hijos. En situaciones de vulnerabilidad, esto se une al impacto del racismo sistemático de la sociedad estadounidense.

Un interesante descubrimiento es que los sistemas educativos no están conscientes de que los niños y adolescentes hombres no necesariamente son más agresivos que las niñas y adolescentes mujeres. Por lo que he vivido como madre de dos hijas, y mujer, será una blasfemia, aquí debe ser parecido. Niñas y madres involucradas en conciliábulos para disminuir con intención y alevosía a una compañera de clases. Mientras ensalzan la sororidad y denuncian el patriarcado, profesionales mujeres aislando intencionadamente a las que no piensan igual. Veo, sí, las alarmantes cifras y niveles de violencia del hombre contra la mujer, pero no estoy segura de que se comparan si sumo todas las de las mujeres contra la mujer.

No menosprecio la importancia de luchar contra la lacra cultural de la violencia de género, que incluye desmantelar la corrupción generalizada y sostenida que protege la impunidad de los agresores. Pero hay que ser coherentes y, si sus metas son más que un luminoso cartel para atraer la atención, las feministas deben aprehender otros aspectos importantes de nuestra realidad.

Según APA, si los hombres pudieran sentirse libres y tener apoyo para abandonar normas de género que les son perjudiciales, no solo ellos, sino el mundo, podría cambiar. Tal vez en Ecuador estamos más avanzados, o éramos más así de antes, pues son muchísimos los padres que cocinan, lavan y limpian, cambian pañales, juegan con sus hijos, negocian, dialogan y dirimen entre ellos y sus madres y profesores, e incluso los crían solos. En Sangolquí, donde voy al cerrajero, la bodega, la papelería, veo a hombres consolando, cargando y dando besos a sus niños.

Aquí falta que las feministas tengan la libertad y el apoyo para cuestionar consignas y discursos impuestos organizativamente y, en honor del espíritu crítico, dudar de manera responsable sobre sus razones y sus métodos. No basta ni bastará con dos o tres mea culpa sobre lo que se puede hacer de manera diferente.

(O)