Es sábado 29 de diciembre, 2018, a las 06:27, el bus que nos traslada se mece como hamaca. Esa es la carretera angosta, es antigua, marchita, de la frontera lojana, que como paralizada en el tiempo nos conduce por ese camino aún con polvareda acostumbrado al olvido por los desgobiernos, de los pueblos de frontera que existen en estas condiciones. Así camina el camino que nos conduce hacia Mangahurco, Zapotillo.

La mayoría de los pasajeros del bus 42, duermen. Qué ganas de gritarle a los pasajeros que despierten, que dejen de soñar, de “morir” durmiendo. A las 06:54 el ayudante del bus dice: “... Hemos llegado a Mangahurco”. Desde donde me encuentro, contemplo casas, son como cajitas de fósforos y tomo varias fotos con teléfono celular ajeno. Comienzo mi caminata. Los turistas, la mayoría, son de Loja, lo sé por las placas de los carros que comienzan con la letra L; están también turistas de Pichincha, del Azuay, de El Oro, de Tungurahua…; y camionetas con turistas peruanos, lo sé por el acento de la gente, y porque en las placas de los carros se lee, Perú. Al paso miro que están entretenidos como yo tomando fotos, que sorprenderán a sus amigos, que las publicarán en blogs, Facebooks o en celulares. Me encuentro con camarógrafos de medios de comunicación. Llego al área de camping y las carpas que los huéspedes han improvisado. El paisaje con la flor amarilla del guayacán se impone. Otros turistas han traído almohada y colchón.

Cerca del camping se alquilan acémilas, 5 dólares cuesta la media hora de la cabalgata. El ingenio de los moradores se hace presente, hay un fotógrafo que ha colocado una hamaca, ahí toma las fotos, y muy cerca se encuentra amarrado un caballo. La foto cuesta 4 dólares. De repente aparecen también jinetes que cabalgan, es todo un espectáculo de caballos de paso fino; y “caballos de metal”, de ciclistas que pedalean bicicletas en el campo pacífico y no agresivo como en la ciudad, en ciclovías mal distribuidas hechas al antojo. Llegan también personas en motos, carros, una furgoneta escolar. Todo transporte es permitido. Lo importante es vivenciar cómo la naturaleza ofrece sin egoísmo las flores amarillas de los guayacanes. Siempre quise estar aquí para contagiarme de la magia del amarillo, paz, trinar de los pájaros, canto del gallo. Hay puestos de comida: chivo al hueco, 5 dólares; seco de chivo, 3 dólares; seco de pollo, 2,50 dólares; también se encuentran estos precios en las casitas de ladrillo de los moradores que hacen su agosto a finales de diciembre, y en enero, un año que concluyó y otro que comienza. Mi desayuno fue seco de chivo con café, delicioso. En el almuerzo degusté chivo al hueco con refresco de tamarindo. ¿Qué misterio esconden los guayacanes para que personas de otras latitudes estemos ahí para descargar las penas, llenarnos de energía el corazón? A las 17:00 retornamos a Loja. Cierro los ojos, lo hago para nunca olvidarme que en Mangahurco, provincia de Loja, al sur del Ecuador, florece la vida. (O)

Diego Alejandro Gallegos Rojas,

abogado, Loja