El arte, las artes... Disciplinas exigentes, que imponen una consagración integral de por vida. Crecí en un entorno que no lo entendía así. Las presiones sociales y económicas hacían creer que no se podía jugar con el destino profesional, ¿el arte?, sí está bien, como afición, como hobby (anglicismo por fortuna ya infrecuente)... Así emprendimos un camino más prosaico, digno y hasta interesante, lejos del sueño de colores, de palabras, de notas, de pasos... Pero las letras me esperaron a la vuelta de la esquina de mi cobardía y con un azar me sedujeron. Ni la prosperidad ni la consagración definitiva han llegado, pero sigo enfrentándome sin queja al silencio y al vacío, aunque lo tardío de mi dedicación se delate en la impericia de mis textos. Por eso me juré que mis hijos no pasarían por la lacerante disyuntiva entre vocación y conveniencia, los animé a seguir su impulso existencial, a comprometerse con su camino, porque en esto no hay metas, a lo más referencias en la ruta al infinito. No me han decepcionado.

Y ahora tú, mi último retoño, culminas la etapa formativa de tu carrera. Si compartimos con nuestros lectores desazones políticas y angustias religiosas, por qué no hacerlo con nuestras satisfacciones personales, detrás de cada columna hay un ser humano que se equivoca y persiste. Por eso de manera muy puntual, sin alarde ni encomio, toco a veces en tonalidad afectuosa. A lo mejor esta justificación sobra... el caso es que llegué a Buenos Aires con el propósito exclusivo de asistir a tu performance final. Te vi taruga brincando por el páramo, transeúnte detenida en nuestras ciudades, rebelde liberada en una narración en la que el movimiento se narra a sí mismo. Qué animo, qué ganas de llegar a ser demuestras. Luego en nuestra conversación sobre el evento coincidiría con tu madurez y objetividad, cero autocomplacencia. Así se logra, sabiendo que siempre se tiene todo el camino por delante.

La posterior sencilla ceremonia de entrega de certificados a veintitrés esperanzas saltarinas, a veintitrés voluntades gráciles. ¡Qué avaros son de lágrimas mis ojos! Te encargaron tus compañeros hablar a nombre de todos. Sostuviste que aprender danza es recordar una facultad mágica con la que nacemos. ¡Pero si tú no la olvidaste nunca! Te hemos visto desde niña sostenerte en el baile como tu expresión privilegiada. Me llegó el recuerdo de trece años atrás, en la misma Buenos Aires, ensayando tus coreografías infantiles en los corredores del hotel con las recién estrenadas zapatillas “de puntas”. Por eso tu abuela te dedicó un poema que profetizaba tu carrera cuando solo tenías cinco años. A ella la citaste en tu intervención: “Avanzar no es huir hacia adelante. / Es buscar un sendero ya olvidado; / es encontrar la sombra que perdimos”. La laboriosa oruga de los versos de los viejos se resume en la crisálida de los juegos infantiles, de la que surge la mariposa de la danza de los jóvenes. ¡Dale, alégrate cuando te espinen los abrojos, señal es de que estás cosechando! (O)