Hoy, 3 de diciembre, se celebra el fin de la Guerra Fría tras la histórica reunión de dos días entre George Bush y Mijail Gorbachov en 1989. La caída del Muro de Berlín, en noviembre de ese año, fue un acontecimiento decisivo para la humanidad y el inicio del fin de la guerra que lo construyó. Semanas después, ambos líderes se reunieron en el buque Máximo Gorki en las costas de Malta. Se proclamó entonces, oficialmente, el inicio de una “nueva era en las relaciones internacionales” y “un periodo de paz prolongada”.

Pero de aquel episodio de hace 29 años quedan varios cabos sueltos. En temas como la propiedad privada, el Estado de derecho y la democracia, queda aún mucha tela por cortar.

El debate de si debía existir o no la propiedad privada acabó con la Guerra Fría. Quedó claro que un régimen que administra los medios de producción causa escasez, hambre y muerte, sin contar la negación absoluta a la dignidad humana, el respeto al valor del trabajo y a la búsqueda de la felicidad. Hoy ya no se propone eliminar la propiedad privada porque es esencial para la prosperidad, pero sí se considera necesario limitarla mediante medidas que redistribuyan el ingreso y, además, sus partidarios argumentan que esto no tendrá efectos negativos sobre la producción.

El Estado de derecho no existe en gobiernos totalitarios como el cubano y el venezolano, los cuales abusan de sus ciudadanos pero de la forma más risible posible, pretenden actuar bajo el imperio de la ley. Esos gobiernos totalitarios suelen promulgar miles de nuevas leyes y regulaciones cubriendo casi toda actividad humana y son de tal complejidad que nadie puede saber si está faltando a una de ellas; por lo tanto, cualquiera puede ser encontrado culpable de algo, y se destruye así el Estado de derecho. 29 años después el Estado de derecho sigue siendo en algunos países un mero ornamento.

La democracia, después de la Guerra Fría, en muchos casos ha sido “electoralista”, es decir, enfocada casi exclusivamente en la existencia de elecciones. Con frecuencia, en nombre de la democracia y con la legitimidad de las urnas, el poder se utiliza para restringir la libertad y propiedad de los ciudadanos. Incluso en países supuestamente democráticos, las instituciones son tan débiles que en lugar de proteger a los ciudadanos y a sus bienes terminan por ser la principal herramienta para obstaculizar su libertad y despojarlos de su propiedad.

Como humanidad, falta mucho por aprender a pesar de las bárbaras y sangrientas lecciones que la historia ha dado. Por eso es difícil de creer que con el fin de la Guerra Fría aún queden vestigios, en nuestra región y el mundo, de eso que supo desaparecer, total o parcialmente, la propiedad privada, el Estado de derecho y la democracia.

(O)