La moral tiene su piedra angular en la educación y en la cultura. Sin educación no hay cultura; sin cultura no hay moral. La cultura-moral debe ser la característica de nuestras instituciones educativas donde se vierta instrucción en valores. Ahí se crea esa especie de atmósfera infantil y juvenil que va moldeando (no creando) la personalidad. La sociedad también crea esa niebla densa que entra en todos los resquicios físicos y psíquicos; nos envuelve e influye.
Por eso, la cultura debe ser entendida como el efecto de cultivarnos, de asimilar constantemente conocimientos humanos y afinarlos con el ejercicio de las facultades que tenemos. La cultura-moral puede ser positiva o negativa, dependiendo de la interpretación de la población o de las políticas que imponga el Estado. Dicho en otras palabras, las expresiones artísticas, el deporte, la ciencia… son parte de la sociedad y de nuestra cultura que nos enorgullece; pero el irrespeto, la violencia, la corrupción, la inseguridad… también forman esa “cultura-social” que nos estigmatiza. La cultura-moral debe evolucionar, y no involucionar como ocurre en nuestro país. Políticos corruptos huidizos son admirados en lugar de ser sentenciados, tienen fanáticos y son defendidos porque son sus ídolos. Ladrones con “sacos” (en sus dos acepciones), cumplidos los plazos judiciales, regresan campantes y son aceptados como héroes; demandan al Estado y obtienen del erario público millones de dólares por indemnizaciones. La población aplaude a políticos que roban ¡pero hacen obra! Compramos la justicia y coimamos a vigilantes. Hay quienes hacen alarde del dinero mal habido. No importa si desvalijan instituciones públicas, pero si nos ayudan a ubicar a un familiar en un puesto burocrático somos agradecidos.
Alejandro Dumas decía: “¿Cómo es que siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Debe ser fruto de la educación”.
Y F. Nietzsche apuntaba que hay que tener cuidado con la educación oficial, puede estar encaminada al dominio y sometimiento del hombre por intermedio de la transmisión de ciertos valores falsificados.(O)
Manuel E. Morocho Quinteros, arquitecto; Azogues, Cañar